Las artistas producen el 100% de las ganancias de Spotify, pero cobran menos del 1%. Sitios y sistemas como este hacen pagar a las artistas con su indignidad (y su bolsillo) la posibilidad de que otros vivan del arte. Que emprendimientos como Spotify generen esa enorme cantidad de ingresos, porque son claras muestras de que el discurso de que compartir ha generado el declive de la industria discográfica es falso, pero es perverso que buscando nuevos sistemas y con el concepto de ganar difusión antes que dinero se siga libando de la sangre de las artistas.
Hace un tiempo días Spotify, producto de la crítica de artistas consagrados, lanzó un sitio web con el único y exclusivo fin de explicar a las artistas por qué les conviene publicar allí sus canciones. Spotify es un sitio comercial de música en streaming (para escuchar online) que proporciona como adicional un servicio de management de derechos de autora. Varias de las compañías musicales más duras son parte de su catálogo que incluye a Sony, EMI, Warner Music Group y Universal.
El sitio nació allá por el 2008 y logró 10 millones de usuarias en sólo un año y medio, de las que el 25% son usuarias de pago. En 2013 llegaron a las 25 millones de usuarias, manteniendo el mismo porcentaje de membresías pagas, lo cual no es para nada despreciable pues se trata nada menos que de 5 millones de personas. Si cada una paga un dolar mensual ¿cuánto ganamos? Bueno, Spotify cobra entre 5 y 9,99 dólares al mes por usuaria paga.
Desde sus inicios el sitio pretendió ser el lugar natural en el que buscar «música nueva». Este concepto en realidad es mentiroso, «El Cuarteto de Nos» es considerada una banda nueva, producto del paso adelante que significó la salida de su disco «Raro» y su aparición en el Pepsi Music, pero de nuevos no tienen nada: vienen tocando desde 1984.
Esta banda «joven» de 29 años (es cierto, una banda vieja, debe tener de 85 para arriba) «explotó» cuando comenzó a recibir apoyo comercial, y el concepto de lo «nuevo» viene regido por eso: el dinero que hay detrás nuestro. En este mundo donde todo se compra y se vende (incluso el derecho a vivir), existe un sistema que considera «nueva» a quien de pronto ingresa en un determinado circuito comercial. Por otra parte muchas personas consideran como inicio de su carrera no el momento de su primer obra, sino el de su primer venta.
Algo bastante descabellado, pues el arte y su creación pre-existe a lo económico, el tema del reconocimiento es el que lleva más tiempo, pero si el arte no pre-existiera a lo económico, Van Gogh sería sólo un suicida cuya obra se comercializó producto de que la heredara su cuñada tras su muerte. Resulta que hay un compendio de adineradas y poderosas que no sólo se sienten con derecho, además lo ejercen, para decidir quién puede existir, quién no y cuánto cuesta esa situación.
Todo el arco de las industrias y producciones culturales está plagado de absurdos y gobernado por gerentas, contadoras y gente que muerde comisiones (o que en lugar de morderlas, se las da a las artistas, logrando con esto que sean las artistas quienes terminan comisionadas por su propia obra). Pero la crisis de la industria discográfica, de la que pretenden hacer negocio algunos servicios de música en streaming, no se trató de una rebelión de las músicas sino de los usuarias, que empezamos a compartir cultura sin que nos importe que por eso nos traten de asesinas, violadoras, ladronas y otros conceptos detrás del término «pirata», cosa que, como siempre decimos, no somos quienes compartimos cultura.
La aparición de tecnologías que permiten un costo de reproducción del arte -sobre todo de la música- con costos tan risibles, aparejada a la aparición de tecnologías que permiten grabar con estándares de industria a un costo también muy bajo (aunque no tanto en relación a la reproducción) y la cultura hacker del compartir, tuvo una frutilla, hermosa por cierto, que fue una pequeña rebelión (tácita, si se quiere) de las músicas que se volcaron a vivir de sus conciertos (algo que ya venían haciendo) y producir sus propios discos (algo que hasta hace pocos años era casi imposible).
El punto que falta es el de la distribución, hueco por el que entran muchas comercializadoras y distribuidoras actualmente (varias, de propiedad de sellos discográficos), y el canal natural de distribución de la música autogestionada, fuera de los conciertos y páginas webs, son los servicios de streaming. En todo este barullo (que en realidad es mucho más complejo), aparecen Goear, GrooveShark, Soundcloud, Spotify, Youtube y otros servicios similares que tienen costos de mantenimiento verdaderamente altos.
Spotify, intenta diferenciarse prometiendo a sus visitantes que van a descubrir música nueva, ya hablamos de esa mentira, pero podemos traducirla a: descubrir música. Para lograr tener un abanico amplio de músicas para ofrecerte, y tal vez con un ánimo justiciero, Spotify ofrece a las músicas que suban material a su sitio, un pago por una determinada cantidad de reproducciones en concepto de derechos de autora. Suena bien, suena justo, ahora…
¿Cuánto se gana en Spotify?
El dinero depende de distintas variables y va aumentando o decreciendo mes a mes, está sujeto a las mismas reglas del mercado comercial tradicional, y, salvo que tengas unos 50 millones de oyentes diarios, no vas a poder comprar más de medio kilo de chorizos al mes. Aunque quién te dice, tal vez el chorizo suba y compres menos.
Los ingresos dependen de los ingresos por publicidad que haya tenido el sitio durante ese mes, de la cantidad de usuarias premium (las que pagan) y de la cantidad de usuarias gratuitas. Según me han comentado músicas usuarias del servicio, las usuarias gratuitas (el 75% de las visitas) generan muy pocos ingresos, lo cual podría no ser tan malo si las usuarias de pago generaran mejores ingresos. Pero para que te des una idea, una reproducción de un usuaria premium genera la misma cantidad de ingresos que 150 usuarias gratuitas. ¿Quién decide esto? Spotify, claro.
Ahora, no creas que vas a subir algo a un sitio gratuitamente y no vas a pagar nada. Así como tus oyentes pagan (con dinero o con intimidad) los servicios del sitio, vos tenés que hacerlo, por lo que luego de que tus oyentes te hicieron ganar dinero, hay que restarle un 20% a 25% de derechos de distribución digital y el pago al sello discográfico. Luego de eso, ya podés cobrar y repartir el dinero con el resto de la banda, o comprarte unos caramelos, en caso de que seas solista.
Lógicamente las músicas vienen quejándose desde los inicios, aunque sin descontar que tal vez estas plataformas puedan ser útiles en un futuro no muy lejano. Pero no es para nada despreciable que bandas como Radiohead hayan decidido quitar sus materiales del espacio producto de la pésima paga que reciben (imaginate lo que reciben las «bandas nuevas» que promete proveer el sitio).
Actualmente Spotify, según declara, reparte entre discográficas, artistas y gestoras de derechos el 70% de su recaudación. Dicen además que ese monto asciende a u$s500 millones al año.
Pero… ¿y las músicas?
La empresa dice que paga a las artistas un porcentaje equivalente al volumen de reproducciones dividido la cantidad de visitas. Toda una novedad, ¿no? Si sos una banda consagrada, con much<aos oyentes, podés estar entre las que ganan mucho, como Radiohead que se fue porque ganaban mucho…
Si hilamos más fino, te cuento que Spotify dividirá la cantidad de canciones que tenés por la cantidad de canciones en el catálogo, reproducciones, visitas e ingresos de un día, para definir cuánto de ese porcentaje de oyentes son las tuyas y en base a eso te paga, multiplicándolo por el mes. Si Spotify tiene, ponele, 1 millón de visitas diarias (esto para sitios como el que hablamos es realmente muy poco caudal de visitas, lo pongo así te das una idea), y a vos te reproducen unas 1000 personas por día, y el sitio tuviera 1 millón de canciones, ganarías el 70% del 0,1% dividido 1 millón, de lo que haya ganado Spotify, menos, claro está, los porcentajes de gestoras y discográfica, que según ellas declaran es el 70%.
Suponiendo que la cuenta fuera simple (y que la saqué bien, cosa que dudo porque estas cosas se hacen así para que sea difícil calcularlas), por cada u$s500 millones que reparte Spotify, una artista con 12 canciones online gana u$s294.000. Lo que puede parecerte mucho, pero significa sólo el 0,041176471% de lo que las artistas producen, en este caso, una exitosa.
De igual manera, y aunque creo que la cuenta de arriba es un desastre, son las artistas las que generan esos u$s714 millones al año (recordemos que se reparten u$s500 millones, pero es el 70% de lo recaudado, y todo el tiempo hablamos de ganancias, por lo que lo producido es mucho más), pero cobran sólo el 0,04%. Y eso que saqué la cuenta con 1 millón de visitantes diarias, que es un número muy bajo para la cantidad de visitas que reciben estos sitios.
No obstante, el sitio sí funciona para conocer música que no hayamos escuchado antes (lo que no significa que sea nueva), por lo que si lo pensamos en términos de difusión que pagamos (la pagamos con el 99,96% de los ingresos que generamos, es un precio alto) es una buena idea. El problema es que las vampiras y las víctimas siguen siendo las mismas.
¿Quiénes se llevan el resto 99,96%? Las mismos de siempre: la industria que dice que no está ganando dinero.
En lo personal me alegra que emprendimientos como Spotify generen esa enorme cantidad de ingresos, porque son claras muestras de que el discurso de que compartir ha generado el declive de la industria discográfica es falso, pero es perverso que buscando nuevos sistemas y con el concepto de ganar difusión antes que dinero se siga libando de la sangre de las artistas.
No son las artistas quienes deben pagar con su indignidad (y las ganancias que producen) la posibilidad de vivir del arte. Somos todas las personas, incluidas ellas, las responsables de que el arte exista.
Tal vez te parezca una tarea demasiado grande, por lo que te la transformo en algo más cotidiano: ponete a buscar qué artista local vas a ir a ver hoy. No hay mejor Spotify que ese.
¡Happy Hacking!