Si pensamos cómo se instrumentaron los planes de digitalización desde la concepción de Nicholas Negroponte, se ha tergiversado la relación dinámica de la educación con el hardware y con la realidad. El gran aporte en la mejora educativa pasó por el reparto de netbooks, a veces con un sistema operativo “libre” como puede ser el caso venezolano con Canaima y otros conviviendo un sistema privativo, con otro “libre” como puede ser el caso de argentina con el plan Conectar-Igualdad, a esto se suman pisos tecnológicos, servidores y mucho trabajo alrededor de las máquinas.
Justamente el concepto es equivocado porque no parte del conocimiento colaborativo hacia la herramienta hard; sino que parte del hard hacia un conocimiento cercado.
Mi experiencia siguiendo el proceso de mis propias hijas y de las alumnas de la escuela secundaria que me permitio observar (gracias Colegio Agrotécnico de Quimilí), es que las chicas no expanden su conocimiento, no acceden a la distribucción de conocimientos y la experiencia queda hasta finales del año 2014 en el de una usuaria newbie y posiblemente en los próximos años en el de una programadora serial. O sea se ha pensado la provisión de maquinas dentro del paradigma de servicios a la industria que necesitaba esta etapa de producción.
La educación hacker exige la relación distribuida del conocimiento; o sea poder ver en lo aprendido mi mundo y lograr de esa forma las herramientas para transformarlo y mejorarlo con mis pares. La educación hacker exige el control absoluto de mi máquina, o sea: poder poner el sistema operativo que me venga en gana, compartir mis experiencias con el grupo y desarrollar las mejoras que me son necesarias. La educación hacker exige el acceso a las fuentes y no sólo al front-end del programa.
Por eso digo que no se trataba de distribuir hardware. Siempre se trató del código.