Por qué estamos migrando a un mundo sin dinero en efectivo

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Bancos, gobiernos, compañías de tarjetas bancarias y evangelistas de la tecnología financiera quieren hacernos creer que el futuro sin dinero en efectivo es inevitablemente bueno. Pero esta utopía no carece de fricciones. Brett Scott relata por qué hay que luchar contra esto.

Hace unos meses me quedé en un hotel poco convencional en Ámsterdam que fabricaba su propia cerveza y que no aceptaba dinero en metálico. En lugar de aceptar dinero líquido me obligaron a usar mi tarjeta Visa, para que mi banco en el Reino Unido transfiriera 4 euros a su banco holandés, a través del complicado sistema de Corresponsalía Bancaria.

Estaba allí para apoyar la campaña de libertades civiles de Ben Hayes. El personal del hotel pensó que estábamos muy irritadas por la política anti-cash y por las tasas internacionales que tendríamos que pagar, pero no era eso. Nuestra preocupación era más intuitiva. Lo que nos preocupaba era la imagen de un futuro donde tendríamos que rendir cuentas al banco sobre cualquier movimiento bancario que hiciéramos y el efecto que esto podría tener sobre las personas que no están insertas en el sistema.

“Una sociedad sin efectivo” es un eufemismo para referirse a “una sociedad pídele-a-tu-banco-permiso-para-pagar”. En lugar de que exista un intercambio directo entre mi banco y yo, el intercambio toma la forma de un “que tu gente hable con mi gente”. Varias intermediarias hablan para realizar un intercambio entre nuestros respectivos bancos. Quizás sería un opción conveniente en algunos casos, pero en una sociedad sin efectivo dejaría de ser una opción. No tendríamos ninguna elección posible aparte de conformarnos con la burocracia de las autómatas intermediarias, dándoles muchísima información y muchos datos sobre la microtextura de nuestra vida económica.

Nuestras preocupaciones, sin embargo, no están de moda. Sin ninguna declaración explícita, la Guerra al Efectivo ha empezado. Las partidarias de los sistemas de pago digital, apoyadas por la tecnología, proclaman la inminente Muerte del Efectivo. Suecia es el líder en conseguir este estado, pero Reino Unido también va en camino. Los autobuses de Londres dejaron de aceptar dinero en efectivo en el año 2014, pero aceptan las tarjetas contactless (sin contacto) MasterCard y Visa.

“UNA SOCIEDAD SIN EFECTIVO” ES UN EUFEMISMO PARA REFERIRSE A “UNA SOCIEDAD PÍDELE-A-TU-BANCO-PERMISO-PARA-PAGAR”

Cada transacción en efectivo que hacemos es una transacción donde las intermediarias como Visa no ganan nada. Este es el motivo por el que tiene un interés especial en hacer que el cash parezca superfluo y criminal. En 2016, Visa Europa lanzó su campaña “Sin efectivo y Orgullosas”, para informar a las propietarias de tarjetas que “puede hacer un pago con su tarjeta Visa contactless con tranquilidad y sentirse liberadas de la necesidad de llevar dinero”.

La nota de prensa de la compañía afirmaba que la campaña “era el último paso de Visa Reino Unido en su estrategia a largo plazo de convertir el dinero en “innecesario” para el año 2020”.

Ahí está. Esta es su estrategia para hacernos sentir extrañas con el dinero en efectivo. La propaganda es una de las armas claves en la guerra, y todos los bandos se presentan a sí mismas como libertadoras. Visa se establece como una salvadora paternalista que nos asegura – como si fuéramos una bebé dando los primeros pasos- que nos sentiremos satisfechas liberándonos a nosotras mismas los límites que impone la dependencia del efectivo. La tecnología Visa nos proporciona libertad sin dependencias o peligros.

A Visa se le han unido otras propagandistas. En 2014 Penny for London se hizo presente. Un grupo aparentemente altruista se estableció gracias al Fondo del Alcalde de Londres y Barclaycard, usando una fundación como gancho para que la gente se cambiara a las tarjetas contactless en el metro de Londres. PayPal llenó ciudades con vallas anunciando que “el nuevo dinero no necesita carteras”, junto con un vídeo que proclamaba: “el nuevo dinero no es papel, es progreso”. Las campañas de manipulación como “No Cash Day” están apoyadas por American Express, y señalan que en la guerra anti-cash el importante impacto ambiental de los billetes. Otras tácticas incluyen señalar que las criminales usan efectivo, que fomenta la economía gris, que es poco seguro y que facilita la evasión de impuestos.

Estos argumentos tienen notables limitaciones. Las criminales utilizan muchas cosas que la sociedad mantiene – como los coches – y el combate del crimen no las toma como prioridad. La “economía gris” es un término despectivo utilizado por las élites para describir las actividades económicas de las personas que ni preocupan a estas élites. En relación con la seguridad, que nos roben la cartera es un mal menor en comparación a tener nuestros ahorros anulados en una cuenta digital. Respecto de la justicia fiscal, mejor empezamos a auditar la evasión fiscal masiva de las grandes corporaciones facilitadas por el sector bancario formal.

“LA MUERTE DEL EFECTIVO SIGNIFICA EL SURGIMIENTO DE OTRA COSA”

El rasgo peculiar de esta guerra es, sin embargo, que sólo un lado está luchando. Muy pocos grandes medios defienden el dinero en efectivo. Se da por sentado que el dinero digital es una utilidad pública, mientras que las plataformas de pago digital están dirigidas por compañías privadas con el interés de inundar los medios con sus mensajes clave. Cuando luchan en esta guerra, su objetivo son nuestras creencias culturales sobre el efectivo, y la creencia de que su suministro debería ser un derecho público.

El gobierno del Reino Unido no se plantea defender ese derecho, y está en connivencia con la industria de los pagos digitales. Su posición está apoyada por la economista Kenneth Rogoff en su nuevo libro “La Maldición del Efectivo”. La autora argumenta que, aparte de facilitar el crimen y la evasión fiscal, el efectivo dificulta a los bancos centrales el establecer tasas de interés negativo. Sin efectivo, todo el mundo estaría obligado a mantener su dinero en forma de depósitos bancarios digitales. Esto implicaría que durante las recesiones los bancos centrales podrían usar el sistema bancario para capturar los depósitos de sus clientes utilizando cargos negativos, inspirándoles a gastar en lugar de ahorrar.

El consenso emergente entre las élites políticas y económicas es que ésta es la dirección a seguir, pero para conseguir esto es necesario una erosión de la resistencia civil gota a gota. Los corazones y las mentes de la gente deben ser imbuidas del concepto de que este cambio representa un progreso inevitable y deseable.

Cualquiera que defienda el dinero en efectivo en este contexto será tachada de anti-progresista, de reaccionaria o de ludita nostálgica. Pero no es por este motivo por el que debemos defender el efectivo. Tenemos que poner las fuerzas en señalar que la Muerte del Efectivo significa el Surgimiento de Otra Cosa. Lo que está encima de la mesa es una batalla más amplia sobre mantener o no alternativas al panóptico digital que está emergiendo a nuestro alrededor.

“MUCHA DE LA “DISRUPCIÓN” FINTECH SIMPLEMENTE IMPLICA PONER CAPAS MÁS LIGERAS A LA VIEJA EMPERATRIZ”.

Para entender este conflicto, tenemos que ir hacia atrás en el tiempo. Una transacción monetaria implica que hay bienes y servicios que están siendo intercambiados por fichas que dan un acceso general a bienes y servicios de otras personas. La dueña del bar me da cerveza por la noche si le doy estas fichas que le permiten obtener cigarros en el estanco por la mañana.

Hay dos formas de implementar esta idea.

La primera es dar fichas de una manera física. En este escenario, “hacerse rica” significa acumular esas fichas físicas y “hacer un pago” significa entregárselas a alguien. Esto es el dinero entendido como depósito de valor, lo que significa que ninguna persona guarda un registro de quién lo posee. Sin embargo, quien lo tiene, lo posee. Esto sería una cartera llena de billetes. Esto es el dinero en efectivo.

Por otro lado, existen los libros de contabilidad. Alguien establece una base de datos con líneas asignadas a personas diferentes. Este libro se utiliza para llevar un registro de quién tiene fichas. Estas fichas no tienen una forma física y adquieren vida cuando se anotan. Son “datos corpóreos”, y se intercambian cuando se cambia el registro. La contable lleva una contabilidad de qué dinero es atribuido a cierta persona, llevando el registro de cada línea asignada. En este sistema “hacerse rica” significa acumular un registro alto en la cuenta. “Hacer un pago” implica que el contable identifique a una persona en el libro mediante sistemas de comunicación y pedirle a la contable que edite la línea contable del que paga y del que cobra.

¿Te suena familiar? Esta es tu cuenta del banco.

Los antiguos bancos utilizaban los libros contables para llevar la contabilidad, pero los bancos modernos utilizan bases de datos digitales alojadas en enormes centros de datos. Se interactúa con ellos a través del portal de internet del banco, la aplicación del móvil o yendo a la sucursal. Este procedimiento no es una cuestión menor en el sistema monetario. En torno al 90% del dinero del Reino Unido no existe físicamente, sino que son apuntes contables en bases de datos bancarias.

Sobre esta estructura subyacente, las compañías de pago con tarjeta como Visa, construyen sus operaciones. Manejan situaciones donde una persona con una cuenta bancaria va a una tienda donde la tendera tiene una cuenta bancaria. En lugar de que la dueña del bar me dé sus datos de cuenta bancaria para una transferencia manual, mi tarjeta manda mensajes a través de la red Visa para que automáticamente, se cambien los registros contables en nuestras respectivas cuentas.

Muchas startups fintech – tecnología financiera– están especializadas en encontrar maneras para mejorar, gamificar u optimizar los elementos de esta estructura subyacente. Por eso, ahora podemos usar un lector de huella dactilar para autorizar cambios en la base de datos del banco. Mucha de la “disrupción” fintech simplemente implica poner capas más ligeras a la viejo emperatriz.

Artículo traducido por Genoveva López y Carlos Saavedra.

Vía Contrainformación

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