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Optimismo feminista

Ya sé, ya sé, los horrores nos acucian. Ya sé, ya sé, abrimos el diario y es como si recibiésemos una bofetada detrás de otra: asesinatos misóginos, violaciones (incluso de criaturas pequeñas), redes de mafias prostituidoras… Y sé que “de fondo de armario” (es decir de lo que rara vez constituye noticia pero que no por eso es menos real y deja de estar ahí) tenemos desigualdad y abusos: pobreza, explotación, doble jornada, acoso, ninguneo, injusticia. Vaya, que no damos abasto con la agenda, que no cerramos un tema cuando ya otros se nos vienen encima. Pero hay que tener un optimismo ilustrado, como acertadamente formula Amelia Valcárcel.

El optimismo ilustrado no vive en la ignorancia de los problemas y dificultades. Al revés: nace del conocimiento. Nace de conocer nuestra historia, la de las mujeres, de saber lo mucho que hemos avanzado, la cantidad de trincheras que hemos conquistado. Hay quienes, ante las atrocidades, claman: “Estamos peor que nunca”. Yo, cuando lo oigo, no puedo por menos que pensar: “Esta mujer tiene conciencia feminista desde hace poco” (lo digo sin connotación peyorativa pues cada una llega cuando llega). Porque, cierto, recibimos palos y sufrimos sujeciones por todos lados pero no más que antes.

¿Que algunas modalidades son nuevas? Pues sí, claro ¿más brutales? Está por ver. Así, la violación: la diferencia es que ahora nos enteramos más (más, tampoco del todo). Y reaccionamos. La justicia sigue siendo patriarcal pero, hasta hace poco, la ley ni siquiera consideraba violación lo que ocurriera “dentro del sagrado matrimonio”, por ejemplo. Y cierto, los violadores no subían a las redes sus “proezas”. Pero ¿violaban menos? No sé, los violadores violaban siempre que podían. Yo me he enterado recientemente de casos -ocurridos hace 30 años- de padres violadores. Y me entero de que, en el pueblo, todo el mundo lo sabía y todo el mundo callaba… Ocurrían barbaries pero no había defensa posible.

Lo único, prevención. Prevención a costa de la movilidad y la libertad de las mujeres, claro, pues ¿a qué se debía esa obligación de no ir nunca sola a ninguna parte? ¿de no dejar a las niñas con el abuelo o los tíos o primos mayores sin vigilancia? (y, ojo, que ya sabemos que no todos los hombres eran ni son así, ya lo sabemos, pero también sabemos que no se trataba de casos rarísimos. Sí, hemos derribado muros y hemos conquistado libertad política y social. Hemos logrado que, al menos en teoría, nuestros derechos sean considerados como tales (la teoría hay que plasmarla, claro, pero cuando no hay ni “teoría”, ya me diréis…)

Esa es la primera y fundamental razón para no ser pesimista: saber que luchando se consiguen avances. Digamos que pesimistas y optimistas (ilustrad@s) partimos de las mismas constataciones, pero que l@s pesimistas tienden a bajar los brazos mientras que l@s optimistas se arremangan. No siempre quienes bajan los brazos lo hacen por pereza o por conformismo sino también por impotencia o por falta de perspectiva.

Yo recuerdo oír, cuando era pequeña, a las mujeres quejarse de los hombres y decir, a veces, atrocidades. Pero de la queja no pasaban.

Ser feminista te da una conciencia mucho más penetrante y completa de las injusticias. Ser feminista conlleva pues, confrontarse cada día con la indignación. Pero las feministas no somos quejicas porque, contrariamente a aquellas mujeres que no podían concebir otro estado de cosas, sabemos cuáles son nuestras reivindicaciones (que no quejas). Tampoco somos victimistas porque luchamos para que las víctimas dejen de serlo y para que se castigue a los victimarios.

Por otra parte, ser feminista conlleva enormes ventajas:

  • Comprender que lo que vivís no son circunstancias tuyas y punto sino que están insertas en una determinada estructura social. Que lo personal es político, en una palabra.
  • Formar colectividad con otras mujeres (y con algún hombre) pues la comunidad es euforizante, alegre, poderosa y la lucha también.
  • Descubrir que tus deseos de libertad, igualdad, de vida buena, de justicia son legítimos y se inscriben en un horizonte utópico positivo para la humanidad.

Y por eso, contrariamente al mito misógino, las feministas no somos unas amargadas, pues la amargura nace de la resignación y de la impotencia. Hace poco, Geneviève Fraisse (que acaba de publicar un libro sobre Simone de Beauvoir) comentaba que Simone era una mujer que paladeaba su vida al máximo. Disfrutaba leyendo, descubriendo, viajando, haciendo senderismo, comiendo, bebiendo, compartiendo palabras…

Pues eso queremos todas (aunque nuestros gustos sean variados): vivir nuestra vida intensamente. Y queremos que l@s demás también puedan hacerlo. Por eso somos feministas. Aunque tampoco ignoro que optimismo y pesimismo tienen que ver con el carácter. Para algun@s es más difícil: eso no significa que deban bajar los brazos sino que su lucha por el optimismo será más ardua.

Y, sí, digo lucha porque el optimismo es un combate. Tampoco ignoro (y esto sí duele) que algunas personas viven situaciones tan brutales que ni optimismo ni pesimismo: solo les sirve el cortocircuito mental, próximo del estado catatónico.

Sólo les vale sobrevivir sin pensar… Solo intentar no plantearse nada, llegar al día siguiente. Y por estas personas también luchamos, nosotr@s, quienes podemos hacerlo. Nosotras, las feministas.

Vía Tribuna Feminista

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