Entre 1997 y 1999, un grupo de hacktivistas que firmaba sus ataques como X-Team! alcanzó objetivos que nadie más había logrado en su ambiente: hackear las home page de la Fuerza Aérea Argentina, la Corte Suprema de Justicia y los diarios Clarín, Ambito Financiero y Olé. Eran tiempos en que Internet y periferia eran territorios casi vírgenes. Julian Assange no había fundado WikiLeaks. No existían Anonymous ni las redes sociales. Edward Snowden sólo tenía 16 años. Y algo más: todavía faltaban 17 años para que una hacktivista se apoderara de la cuenta de twitter de la Ministra de Seguridad de la Nación.
Cuando habíamos entregado esta nota al director de la revista Rolling Stone Argentina, uno de las protagonistas, Mario, nos llamó para “parar todo”. Acababa de ser detenido en el Aeropuerto de Ezeiza, donde un oficial de Migraciones le informó que tenía un pedido de captura internacional. La nota ya había sido enviada a imprenta. La suerte de Mario estaba echada. Este reportaje salió a fines de 2.000. Por desgracia no encontramos el ejemplar con las referencias precisas de publicación. Pero sí un viejo disco rígido, que almacenaba el texto digital milagrosamente intacto.
[rs]: ¿X-Team? ¿Las que hackearon el website de la Fuerza Aérea cuando se cumplía el aniversario del golpe del Proceso?
[Mario]: Las mismas. Pero no somos hackers en un sentido estricto, es decir, no curioseamos en cualquier máquina ni nos metemos con alguien *per codere*. Protestamos y tenemos algo para decir. En vez de romper el frente de la Casa Rosada a cascotazos, usamos el hacking para hacernos escuchar…
El cronista admite que el asunto lo tomó por sorpresa: hasta ese momento sólo tenía una vaga noticia de X-Team!, apenas el dato con el que inició la charla. Sin embargo, la magra información de la que disponía no fue un obstáculo para desviar a una sala privada al enigmático Mario. El escenario del diálogo, claro, era virtual: un chat donde una nube de aspirantes a hackers sostenía, entre forcejeos dialécticos, emoticones puercos y empujones eléctricos, un oscuro debate sobre la posible maternidad de ciertos virus. Es más, hasta entonces, este escriba había minimizado el affaire X-Team! Escéptico, el autor sospechó que ese nombre podría haber sido un seudónimo efímero, acuñado por un par de amigas con objetivos transitorios, a saber: demostrar que ellas también podían hacerlo, seducir a una señorita o tener algo para contar a sus nietas cuando les pregunten a qué se dedicaban ellas cuando la sociedad se despedazaba casi al tiempo que el mundo descubría el ciberespacio. Mario repasó las acciones del grupo –publicadas en diarios y revistas de todo el país– y proporcionó un link que hizo la luz: las muchachas no sólo habían desvirgado a la web de las FF.AA. Habían hecho otras jugarretas, todas de envergadura. Sólo era cuestión de visitar su site (www.xteam.com.ar) para darse cuenta de que no eran puro grupo, que no eran puro cuento: X-Team! era –siguen siéndolo– un asunto serio.
Esa misma madrugada intercambiamos e-mails y en pocos días trabamos cierta relación. Un mensaje le siguió a otro hasta que esa densa bola de bits reclamó un encuentro personal. Verse de una vez las caras. Pero Mario, que dice estar en Miami, no se apura: una hacker no se regala, no revela sus triunfos ni confiesa sus pecados así porque sí. En Internet el terreno es resbaladizo, y la que pregunta puede ser una buchona disfrazada de periodista a la espera del primer descuido para hacerle pisar el palito. “¡Larguen las laptops, están rodeados!” Así, con una redada de película, pudo imaginar Mario el final de nuestro encuentro. Más en esa clase de chats, donde pocos se presentan con su identidad real, recelosas de exponerse ante desconocidas.
Mario resultó ser uno de las ideólogas del grupo. De él hay que decir que el cierto grado de paranoia que demuestra es comprensible y hasta saludable. A un par de semanas del primer contacto, Mario anuncia que viene a Buenos Aires. “Sería bueno vernos”, afloja. Al final, no costó tanto entusiasmarlo. “OK, apenas llego te llamo, la Rolling nos interesa. Allá chamuyo a las chicas, que son más perseguidas que yo con la prensa…”
LOS IDEALES NO SON NOTICIA. El lugar del encuentro con los X-Team! fue un azaroso bar de Constitución, sucio pero tranquilo. Mario (24), Noness (23) y Signal 11 (19) retacean sus biografías y empiezan justificándose. Se entiende: salvo en ciertos círculos, las hackers no suelen ser rotuladas por lo que son, audaces exploradoras de las nuevas tecnologías, sino por lo que se cree que son: inadaptadas sociales que manosean, saquean o destruyen información ajena. Esta descripción, reservada para las crackers, a ellas no les cabe. La hacker es una tipa poseída por una curiosidad malsana, una cruza de nerd y fisgona movilizada por el deseo de meterse donde nadie la ha invitado. Como es notorio, hackers como las del X-Team! ejercen una actividad reñida con la ley. Ellas no se jactan de la ilegalidad de sus actos. Declaran, simplemente, que decidieron colarse por ventanas ajenas para dirigir hacia ellas la atención de los medios y forzarlos a reflejar sus ideas sobre ciertos asuntos. “Mal o bien, la prensa es la que mueve todo, o al menos la cabeza de la gente”, arremete Mario. Y explica por qué no les quedó otra que transgredir las leyes para imponer su agenda de temas sobre los cuales pensar. “Si golpeábamos la puerta de los canales para decir que estábamos hartas de Mauro Viale o que nos calentó mal lo de (José Luis) Cabezas… ¿qué pasaba? ‘Ahá ¿mataste a alguien?’ No. ‘¿Violaste a una pendeja?’ No. ‘¿Sos puta, vas a hacer alguna confesión?’ No. ‘Lo siento, no podés pasar’. ¿Qué les vas a decir? ‘¡Soy una persona! ¡Tengo ideales!’ Se te ríen en la cara. ¿Y entonces? ¿Qué tuvimos que hacer? ‘Delinquir’. Cuando lo hicimos, la prensa se recopó: “¡HACKERS!” ¿Ves cómo funciona? Nadie te regala el espacio. Nos lo tuvimos que ganar.”
Los X-Team! están orgullosas: sus integrantes, a diferencia del estereotipo del ciberpirata individualista y antisolidario, encarnan una mezcla de dos linajes heroicos, el segundo en vías en extinción: mitad hackers, mitad activistas. ¡HACKTIVISTAS! En este sentido, X-Team! hizo punta en el país. Cual ciberémulos de Robin Hood, le quitan algo a las malas para entregárselo a las buenas. Y arrojan sus lanzas no como El Quijote, sino formando parte de un colectivo. De un grupo de amigas que persiguen, solidarias, un fin común. Eligen sus blancos cuidadosamente: las home pages de los diarios más leídos o más antipáticos del país, el sitio de la Fuerza Aérea o el de la Corte Suprema de Justicia, por mencionar los casos más ruidosos. Ruido que, digamos de paso, se encargan de amplificar. Después de cada acción, se aseguran el rebote de sus fechorías persona a persona, anunciando el golpe que acaban de dar, lo más rápido posible y a todos los medios que pueden. El grupo trata de garantizar la vulnerabilidad del blanco con anticipación: violar la máquina elegida no siempre es fácil, menos cuando la fecha del sabotaje tiene una importancia simbólica. Hackearán a Olé y Clarín cuando el mensaje concierne a todas; a Ambito Financiero si lo que quieren es “tocarle el culo al Sistema”; al sitio de las juezas cuando desean refrescar responsabilidades por los gruesos expedientes de crímenes impunes; a la web de las uniformadas si el plan es reclamar por la verdad sobre las desaparecidas.
Colar la nariz donde nadie las llama o cambiar una pantalla por otra que le vuele los sesos a la cibernauta, tiene sus riesgos. Pero meter mano en el correo ajeno pude ser más arriesgado. En diciembre de 1999, bajaron los e-mails internos de la empresa LAPA, a pocos días de la atroz tragedia aérea. Aquella vez sospecharon que habían rebasado un límite. Pero no dudaron en despachar los archivos a un semanario para que iniciara una investigación.
“RING-RAJE” EN LA RED. A fines de 1997, el grupo –al principio eran cinco– se dio cuenta de que valía la pena aprovechar su know how para hacer algo que nadie había intentado. “Se estaba por cumplir un año del asesinato de Cabezas y estábamos sintiendo el cuello de botella de vivir en la Argentina, esa impotencia de ver al país tan pelotudizado”, dice Mario. Cuenta que se acercó a Noness, quien administraba una BBS para hackers, y le dijo: “‘Mirá, yo estoy hasta las pelotas, tenemos que hacer algo’. Y él me respondió: ‘Sí, yo también’. Teníamos que hacer algo grosso, una válvula de escape y vomitar la furia”. El tema se barajó sotovocce y entre pocos: la mayoría no quería saber nada con la prensa. “Si en aquel momento querías hablar con una hacker tenías que chuparle la pija y ganarle por cansacio”, exagera Mario. “Bueno, así es como cae la Corte Suprema de Justicia. El plan era hackear y, enseguida, llamar a las periodistas. Y multiplicar el kilombo.”
Lo que cayó no fue la Corte Suprema sino su web site, al que empotraron un manifiesto –nada demagógico– en el que jueces, el pueblo y ellas mismas eran acusadas de quedarse con los brazos cruzados ante la injusticia. “La idea surgió en un brindis” -evoca Mario. Todas acordaron en que el Poder Judicial de la Nación, por lo que representaba, era el site adecuado. Signal aportó el acceso. Desde que lo planificaron hasta que lo ejecutaron no pasaron más de veinte días. Prepararon una agenda con los teléfonos de los principales medios y, no bien hackearon la página, llamaron a cada medio para invitarlas a ser testigos del destrozo. El balance no fue muy alentador. “¿Y a vos te parece bonito?”, les dijo una productora del noticiero de Telefé. Pero pasaron la noticia. “Crónica todavía no tenía Internet y no nos dio bola. Otros plantearon si nos creíamos piolas. Bueh, es que nunca falta la pelotuda…”.
Así fue como a las tecnopartisanas se les endosó la primera causa penal. “¡Se pudrió el guiso”, bramó Mario cuando recibió el e-mail de Noness. Su amiga le contaba que un juzgado había citado a la periodista que cubrió la noticia. “La causa es administrativa y se abrió contra N.N., no hay un seguimiento, no tienen a quién seguir. Pero es jodida porque no prescribe, ya que es un delito de acción pública. A la vez, es un juego: si quisieran, a ellas no les costaría mucho averiguar quiénes somos. Ojo: el tema tiene su contrapartida. También saben que, si nos levantan con un patrullero, vamos a hablar, y el ruido no les conviene.” Además, explica Signal 11, la legislación informática argentina tiene muchos agujeros: “Cuando hackeamos la Corte –dice–, no pasaron cinco minutos y Santos Biasatti ya estaba pasando el informe. Eso nos aseguraba dos cosas: publicidad e inmunidad”. A otro tema.
Mario es la más verborrágica del grupo. Se parece a un personaje de la novela de Leo Maslíah, El show de José Fin, que mientras pasaba frente a una patota pensaba: “Ignoran que soy Superman”. La información que maneja, sabe Mario, le da poder. El hacking, dice, es una tentación irresponsable e irresistible a la vez. “Si te doy una pastilla que te permite ser invisible por seis horas, ¿no te gustaría meterte en la casa de Graciela Alfano para ver cómo se cambia? ¿No irías al Congreso a ver qué están firmando? Está mal. Pero ¿no lo harías? Bueno, nosotras tenemos la pastilla. ¿Por qué no lo vamos a hacer?” Mario habla y Noness y Signal escuchan. Se detiene a filosofar sobre lo que llama “la moral virtual” de las juezas. “Si digo que la bombacha de Fulanita era rosada o que me metí en una máquina donde descubrí a una ladrona, la pena, en ambos casos, será la misma. Por eso digo: tiene que haber una Justicia con moral. ‘Le puso un derechazo a Videla’. ¡Bueh! ¿Qué querés? ¿Va a ir en cana? Si va, es una mierda, y cuando estás inmerso en la mierda, no distinguís. La Justicia tiene que definir de qué lado está. Nosotras buscamos información que afecta a la gente. Y si la queremos difundir es porque queremos servir a una causa”.
Se asombran de la facilidad con que burlan la seguridad de los sitios violados. “Pero la idea no es joder a la laburante; de hecho, después ayudamos a arreglar el problema”, aclara Signal 11. Una de sus acciones –un mensaje que colaron en la portada de Clarín Digital, donde pedían al diario que se ventilaran las miserias del menemismo antes de que desalojara el poder– le demandó al multimedios sufragar una inversión de 60 mil dólares para modernizar los sistemas de seguridad. “Le pedimos a la prensa que arroje luz sobre los hechos, mucho más ahora, que se acercan las elecciones de las que dependerá el futuro del país (…) le pedimos que día a día tenga la persistencia de no dejar pasar aquello a lo que tan rápido nos acostumbramos”, escribieron allí. Sólo la revista XXI publicó este tramo de la proclama.
MARIO PHONE HOME. Mario es de la zona sur. Laburante, algo reo y dotado de una envidiable dosis de inteligencia práctica. Un buen día, se hartó de ser empleada administrativa, decidió demostrar su pericia informática y fue aceptada como programadora en una puntocom. Demasiado conocida para decir su nombre. Hace un año, le hackeó el corazón a su Penélope porteña cuando le anunció que la empresa lo enviaba a sus oficinas en Miami. Mario es una autodidacta: sólo cursó un año en la Universidad Tecnológica Nacional. A los doce años, el viejo le compró una Texas Instrument 99/4. Y desde ese día no paró: pasaba noches enteras experimentando, tipeando instrucciones que, como todavía no se habían inventado los disquetes, se desvanecían al apagar la computadora. “En 1992, la revista Compumagazine empezó con sus pruebas de BBS, el primer paso a Internet. Como ahora, te conectabas vía modem con una línea de teléfono. Cada uno tenía su cuenta. Pero, en vez de tipear www, había que llamar al número del BBS para conectarse. El tipo recibía los llamados y tenías que esperar tu turno. ‘Ocupado, ocupado y la reputa madre que te parió’. Todo era artesanal. De ahí bajabas data, programas, podías mandar e-mails. Y participé del primer BBS de hacking.”
La fascinación de aquellos años se basaba en tres premisas: exclusividad (sólo un puñado sabía cómo hackear sistemas operativos), solidaridad (el intercambio de trampas para burlar a las telefónicas) y peligro (la invención de virus y el culto a la clandestinidad). “Antes era más de espías”, evoca Mario. “A la Argentina, la información llegaba a cuenta gotas y teníamos que hackear teléfonos para llamar al exterior y conectarnos con los BBS yanquis, de donde recibíamos la data grossa y eras la primera en enterarte. La información te quemaba las manos.”
Las primeros hackers se movían en compartimentos casi estancos. Cuando el ingreso de una hacker en uno de estos reductos era consentido, se volvía parte de una elite. Una vez allí, había un nuevo mundo por descubrir. Por medio de los BBS, aprendían todo lo que sabían: desde usar telefonía celular gratis hasta cómo duplicar llaves. “Una vez aprendí a descifrar el código binario de una llave, me bastaba verla para hacer una copia idéntica”, dice Mario. Hace un silencio para revisar su memoria y pontifica: “Internet mató a la hacker real; ahora todas son hackers. Pero antes había que rendir cuentas a alguien. En esos BBS no entraba cualquiera. Si sabías, entrabas; si no, go home”.
La prehistoria del hacking se llamó phreaking, una rara mezcla de las palabras phone (teléfono), free (gratis) y freak (monstruoso). En sus inicios, las hackers no estaban tan vinculados a la informática sino a prácticas más precarias, como el trashing. “Esa fue la etapa mala. No somos perfectas, no somos ‘las-chicas-puras-y-santas-que-siempre-lucharon-contra-la-injusticia…’. No. Siento decirlo, pero hemos cagado a alguna gente.” Para explicar qué es el phreaking, el trashing y en qué consistió “la etapa mala”, Mario cuenta una simpática historia de aventuras. Lea que no tiene desperdicio.
“Yo tenía unos 16 años y la onda de los teléfonos celulares acababa de llegar al país. Había mucho que estudiar. Internet no existía y había que empezar de cero. Tampoco podías golpear la puerta de la empresa y decir: ‘¡Buenaaas! ¿Cómo trabajan las antenas? La cosa es que descubrimos la antena de una compañía telefónica –no te pienso decir cuál– en medio de una villa. Un día, una amiga, que era chofer de una funcionaria de la embajada del Paraguay, nos prestó su auto y fuimos. Imaginate la escena: tres adolescentes, cada una con un celular, metiéndose a medianoche en una villa en una Nissan Supersalon con parabrisas polarizados. Llegamos y nos pusimos a medir la potencia, a deducir cómo funcionaba. Fue algo majestuoso. Después de eso, noches sin dormir. ¿Cómo labura la hija de puta? ¿Cómo saben que estoy cerca? ¿Cómo cambian los canales? Teníamos solamente unos celulares tipo ladrillo, que eran los más fáciles de desarmar, a los que poníamos en modo test para escuchar conversaciones.”
La meta del grupo era clonar celulares. Como la visita a la antena no arrojó grandes revelaciones, decidieron visitar a la compañía fingiéndose estudiantes de Ingeniería de la Universidad Tecnológica Nacional. “Nuestras preguntas eran muy precisas y teníamos miedo de levantar sospechas. Era como si una melenuda con cara de chorra entrase a un banco y le preguntase a la cajera si conocía la salida de emergencia.” El desafío, ahora, era obtener el número de password de teléfonos habilitados. Así llegó la etapa del trashing: “¿Qué significa? Bueno, revolver basura. Una noche, con tres hackers amigas que parecían personajes de X-Files, fuimos hasta la empresa telefónica y nos robamos bolsas llenas de basura, que acarreamos hasta una plaza. Allí empezamos a revolver: papeles, vasitos de café, toallitas femeninas, yerba y la putísima madre en todos los documentos. Hasta que apareció un listado de clientes. Y números que nos servían. De un BBS supimos cómo cambiar el password al teléfono. Así pudimos empezar a usar telefonía celular gratis”.
Mario abusó tanto de su línea gratuita que, como en su casa no tenía teléfono inalámbrico, usaba el celular hasta para no levantarse de la cama. Las llamadas las pagaba la usuaria, claro. “Elegíamos números de ejecutivas, tipos que pagaban 5.000 dólares en llamadas. Si, ya sé: igual está mal. Pero teníamos que aprender”. El banquete telefónico se acabó cuando la empresa rastreó entre sus llamados hasta que saltó su nombre. Y atendió el padre, que se llama igual que Mario. “¿Hola? ¿Fulanita de tal? ‘Sí’. ‘Bueno, dejate de joder con los celulares porque te vamos a hacer mierda’. Blúm. Mi viejo no estaba enterado. Veía la casa llena de equipos. ‘El nene juega’, pensaría. Nunca se imaginó que me iba a meter en semejante kilombo”. La paranoia, como la oruga que se convierte en mariposa, se tranformó sentido común y Mario voló a Brasil. Cuando quiso hablar con su padre, él también se había mudado. Sólo volvieron cuando imaginaron las aguas calmas.
Por esa época, además, Mario, una hacker conocida como “El abuelo” y otras amigas fabricaron tarjetas telefónicas truchas. Así asomó el primer atisbo de politización. “¿Sabés cómo le pegamos a Telefónica? Pensábamos: ¿Ustedes son una empresa extranjera que nos viene a robar? Bueno, nosotras les vamos a robar a ustedes. Si no hay una jueza que nos defienda, que diga: ‘Señoras, esa tarifa no va’, nosotras tenemos la tecnología para seguir comunicándonos. ¿Está mal? Puede ser, pero comunicarse es una necesidad humana. ¿Acaso tengo que dejar de hablar porque a Telefónica se le cantó aumentar la tarifa?”. Alexander Graham Bell, recuerda Mario, inventó el teléfono en 1876 para que todo el mundo estuviera comunicado. “Era una idea fantástica. Ahora vienen estas hijas de puta y dicen: ‘Graham Bell murió y ¿saben qué? ahora nosotras explotamos su idea, asi que van a tener que pagar. Y vienen a países subdesarrollados a cobrar tarifas más caras que en los Estados Unidos. Y encima no se escucha una poronga. Había que ser más hija de puta que ellas para devolverles el piedrazo.”
Cuatro phreakers locas no hacen la revolución. Por eso, su sueño era copiar miles de tarjetas y repartirlas en la calle: “Tome y cague a Telefónica”, imagina Mario el eslogan. “Lástima, porque si hubiéramos podido imprimir tarjetas para todas”, suspira Mario, “se hubieran tenido que meter los teléfonos públicos en el orto”.
ESCRACHES DIGITALES.Antes de hackear la página de la Fuerza Aérea, las chicas de X-Team! sabían del terrorismo de Estado. De los Grupos de Tareas. De las torturas. De la impunidad. “Si hubo desaparecidas y las responsables están libres, también hay que hablar de nuestra responsabilidad”, dice Signal 11. No les costó identificarse con H.I.J.O.S.: “El castigo social -continúa- es más fuerte que el judicial”. Pero de las Madres de Plaza de Mayo sabían poco. Se acercaron a ellas en 1998. Fueron al recital de U-2 donde pasaron un video donde ellas aparecen. “Todo el estadio lloraba. Mirabas a una de esas viejas y no podías dejar de relacionarla con la tuya. Y fuimos a ofrecerles nuestro apoyo. ¿Cómo nosotras, con tantos años menos, no íbamos a hacer algo?”
Fueron a la sede de las Madres, donde charlaron con Evel Petrini y Mercedes Meronio. Les explicaron lo que hacían y se pusieron a su disposición. Primero les armaron una nueva página web para añadir a la que ya tienen. Y les prometieron que iban a “reventar” un sitio emblemático. “Les avisamos que íbamos a entrar el 24 de marzo, pero no porque ellas nos lo hayan pedido. La iniciativa fue nuestra, sólo aceptaron el mensaje que ibamos a transmitir”, aclara Signal. “Así fue como hicimos mierda el site de la Fuerza Aérea”, retoma Mario. “Y como muchas no saben que las Madres tienen una página (www.madres.org/), pusimos un link.” Lograron el acceso en apenas dos minutos. “Fue increíble -habla, por fin, Noness-. Me dio risa que su máquina estuviera así, tan desprotegida. Para entrar ni siquiera hizo falta buscar el password.”
QUIÉNES SON LAS “X-TEAM!” / MARIO, EL VOCERO “Él se encarga de defender lo indefendible”, resume Noness. Trabaja como programadora en una compañía argentina de Internet con sede en EEUU. Nació “en algún lugar” de la zona sur. Su primer affaire con una computadora fue clandestina: el padre le regaló su máquina bautismal a espaldas de su madre, que estaba en desacuerdo. Cursó un año en la Universidad Tecnológica Nacional y estudió dirección de cine. Empezó haciendo phreaking y clonando celulares. Es la más politizada de las tres. Tiene 24 años y es cofundadora del grupo, con Noness. / SIGNAL 11, EL BENJAMÍN Tiene 19 años y vive en la casa de sus padres, ambas “totalmente antitecnológicas”. Su viejo era radioaficionada y, para ganarse la vida, arreglaba televisores. “Así me interesé en la electrónica y en las telecomunicaciones”, dice. A los 6 años le regalaron su primera compu (una MSX), con la que empezó a programar en lenguage basic. Al poco tiempo, vio la película Juegos de guerra, que le reveló un panorama muy distinto de la tecnología. A los 13 años ya programaba en DOS. Sus primeros blancos fueron las cuentas de las universidades locales. Mientras investiga sistemas operativos y protocolos de red, oye los Redondos, Pink Floyd o tecno/trance. / NONESS, EL ROMPEPORTONES Es la menos locuaz y la más alta de las tres (durante la sesión de fotos preguntó, con falsa candidez si no podía falsificar la estatura). Tiene 23 años y es estudiante de la Universidad Tecnológica Nacional. Empezó a hackear sorprendida por los precarios o inexistentes sistemas de seguridad de muchos sites conocidos. “Tanto exceso de confianza fue para mí como una tarjeta de invitación”. Sus compañeras reconocen su prodigiosa habilidad para introducirse en toda clase de webs, no necesariamente las más vulnerables. Durante la entrevista su look era el de Neo, protagonista de The Matrix. Pero admite que, para asistir a las fiestas yetties, viste impecables trajes Giesso.
Mario cree que sería más saludable que las escuelas, en vez de llevar a las alumnas de excursión a la Casa de Gobierno, las llevaran a la casa de las Madres. “Van a aprender mucho más, de historia argentina y de historia de vida”, se entusiasma. “Yo creo que la gente les debe un beso. El Día de la Madre, debería ir a saludarlas”.
Signal 11, con sus 19 años, entiende que, entre las pibas de su edad, falta sensiblidad social. “La dictadura terminó con todo el movimiento político. Y las que vivieron esa época, no educaron políticamente a sus hijas, y casos como el mío, que descreemos de todo, se cuentan por millares. En mi casa, de política no se habla. Si mis viejas se enteraran de lo que hago me fusilarían. Toda la vida desconfiaron de que pasara tantas horas con una máquina. Siempre me advirtieron que no me metiera en líos, y creo que les daría mucha bronca si supieran que no les dí bola. Quizá podría convencerlas si les explico que pelear por algo no me hace peor persona”.
A Mario le ronda una idea que expresará de diversas maneras: “No estamos orgullosas. Sí de haber devuelto el piedrazo, pero no nos creemos más piolas por lo que hacemos. De hecho no lo somos, lo seríamos si lográsemos, por ejemplo, que la Justicia cambie de postura. Ahí sí me sentiría súper piola”.
En uno de sus manifiestos, X-Team! pide tomar conciencia de que sólo se vive una vez, que no hay revancha. “¿Quién le paga a una pendeja, que sufrió toda su infancia? ¿Cómo se repara? ¡Es una vida perdida, loco! Por eso el pueblo tiene que despertar. ¡Despertar!” -dice Mario, y chasquea los dedos. “Obviamente, lo que hacemos no alcanza. Pero peor es no hacer nada.” Después de sus primeras acciones, recibieron e-mails de todo el país. “‘Somos a, somos del sur, y nadie nos escucha. Les agradezco lo que hacen. Por mí y por mi hija’, nos escribió una tipa. Imagináte nuestra felicidad”, se emociona Signal. “Yo creo que está rota la base política, y que lo nuestro es una manera de terminar con el ‘dale que va’ -sigue-. Tenemos asumido que hay gente corrupta, que hay cosas que a nadie le interesa esclarecer ni cambiar. Pero hay que acabar con eso. Digámoslo. Pero digámoslo todas.” Mario pide un paréntesis y agrega, tajante: “Tolerancia cero. Si jodés, te hacemos mierda. Así arrancamos”.
Mario simpatiza con el radicalismo por parte de su madre. Pero nunca tuvo militancia partidaria. Aún así, tiene la vehemencia de una activista curtida. Por más que sus armas sean ciberespaciales, no deja de lado su argentinidad. Por momentos, a su indignación guevarista se le cuela la doctrina Barrionuevo. “Si surge una gran política y quiere robar, que robe, porque guita es lo que sobra. Si la CEO de cualquier empresa gana diez lucas, que ella gane veinte. Nadie le va a decir: ‘¡Já, mirá lo que gana!’. ¡Es el Presidente, boluda! Tiene derecho. ¡Pero despertá al pueblo!”.
Mario entiende que, entre el Che y cualquiera, no hay diferencia. “Lo único que te separa es el ideal: ‘Yo quiero hacer esto, creo que lo voy a hacer, y creo en lo que digo’. Todas podemos cambiar el país. Lo que pasa es que todavía no hay un maldita iluminada, con poder, que agarre al pueblo, lo mueva de verdad y le haga entender que en este país no somos más turistas”.
UNA LINTERNA A LA IZQUIERDA, POR FAVOR. Que Mario diga que espera el cambio gracias a la aparición de un iluminada en una sociedad en terapia intensiva porque, entre otras cosas, el país nunca zafó del karma de los personalismos, es inquietante. “Bueno, es que, mal o bien, siempre hace falta alguien que dirija, que encamine y muestre la luz”, teoriza. “Creo que nosotras tuvimos este rapto de inspiración porque somos jóvenes y no estamos estructuradas como las adultas. ‘No te metas’. ‘Mirá, la cagaron a tiros: algo habrá hecho’. ¿Quiénes nos enseñaron esas cosas? Nuestras viejas. Tampoco se pueden concebir las presidentes millonarias. De la Rúa tiene guita, Menem tiene guita, el partido tiene guita. Si yo quisiera hacer la campaña ‘Vote X-Team!’, ¿de dónde saco la plata? Esta democracia es una cagada, como todas las democracias. Yo, por ejemplo, me siento capaz de sacarle a algo un chispazo de luz. Pero no puedo porque no pienso vender mis ideales a un partido político.”
“…en un país donde ni diputados ni senadores ni fiscales ni nadie defiende los intereses del soberano, debemos buscar medios alternativos para salvaguardar nuestros intereses…” (Proclama de X-Team! en Clarín Digital, 3/09/99).
En su site en Internet, cuentan la historia del grupo y reciben denuncias de la gente (xteam@usa.net). No tienen una agenda de “sitios hackeables”. Sólo necesitan juntarse unos días, elaborar un plan y ejecutarlo juntos, nunca por separado. “La química que hay entre nosotras es lo que nos pone en marcha, cada una por su cuenta no podría”, dirá Noness. Mario aclara un punto que, de paso, elimina posibles suspicacias. “Nadie nos puede pagar para hackear tal o cual página. Es imposible: hasta último momento, no sabemos si lo podremos hacer”. Ahora declaran estar pasando por una “etapa educativa”, que mantendrán en la medida que no sientan la necesidad de hackear una web para que los medios hablen de lo que piensan de las argentinas, de las políticas, de la dictadura o de cómo se puede usar Internet para escandalizar al establishment.
Las tres se resignarían a pasar, dicen, una temporada entre rejas por defender sus ideales. “Ese es nuestro punto de inconciencia. El riesgo es real. Nos pueden acusar, pero tendrán que presentar las pruebas… Y aún así, siempre se puede llegar a un acuerdo. Por ejemplo, que nos manden a una escuela del sur a enseñar informática. Lo peor es que nos va a gustar”, bromea Mario, que plantea: “Cuando mi hija me diga: ‘¿y vos sabías que se iba todo a la mierda, papi? Yo le voy a decir: ‘Bueno, yo me jugué las bolas, nene. Por poco voy preso. Yo hacía mierda sites para tratar de abrirle la cabeza a la gente…’”. En un mundo ideal, postula Signal, nadie necesitaría entrar en una máquina sin pedir permiso. “Pero en este, que no lo es, sí. Si no hay justicia, la buscamos por nuestros medios, tocándoles el culo. Así nos hicimos escuchar.”
Si no hubieran hecho lo que hicieron, nadie hubiera reparado en su existencia. Los medios sostienen el interés del público, y por consiguiente el de los anunciantes, por publicar noticias impactantes. Sólo dan espacio a quienes se lo ganan a fuerza de ruido, innovación y propuestas. Los X-Team! cumplieron con los requisitos y fueron bocatto di cardinale para diarios, revistas y noticieros. Ahora bien, ¿es justo que paguen su audacia con una causa penal? “Si existiera una Justicia con moral, no”, dijo Mario.
La nota había llegado a su fin.
Vía Factor El Blog (con gran agradecimiento a Alejandro Agostinelli)