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Invisibilizar el sexo+universalizar el género= destruir el feminismo

Camaradas, he aquí una opinión controversial: yo no aguanto la palabra género. Ha llegado un punto que a mi hasta me molesta fonéticamente la palabrita esa…. La ironía de la situación es intensa ya que durante mi licenciatura hice una especialidad en Género, tengo un posgrado en Género y acabo de empezar un doctorado en Género… La gente siempre dirá que soy “una especialista en género” aunque me produzca una eterna molestia interna. Esta aclaración es importante para mostrar que el problema no es falta de conocimiento: es que mientras más aprendo sobre género, más me rechina su universalización.

Verán, el lenguaje de género es una manera despolitizada de hablar sobre feminismo. Decimos “perspectiva de género” cuando en realidad lo que queremos decir es perspectiva feminista. Hablamos mucho sobre “violencia de género” cuando en realidad lo que queremos es decirles a los hombres, como clase social, que cesen inmediatamente de estar violentando y asesinando mujeres y niñas. En la academia, los Estudios de la Mujer tuvieron cabida aproximadamente durante tres minutos y medio antes de que al status quo le diera una taquicardia colectiva y lo transmutara todo a “Estudios de Género”. Estudiar a las mujeres, a través de la historia, como entes independientes y por derecho propio, pasó de moda.

La excusa es que también hay que trabajar las masculinidades y las diversidades sexuales. Como siempre, las mujeres tenemos que cargar con la responsabilidad histórica de deconstruirnos a nosotras mismas y encima de eso hacerle el trabajo de deconstrucción a los otros también. Eso de estudiar masculinidades y diversidades sexuales está muy bien y lo apoyo 100%, pero ¿por qué no abrir departamentos que se enfoquen específicamente en estos intereses y visiones, tal y como lo hicieron las mujeres al fundar los Estudios de la Mujer para enfocarse en los suyos? Pues no. A las mujeres que cedan el minúsculo espacio que han escarbado para centrarse a sí mismas y que abran paso a toda el mundo, que no se puede ser egoístas. Eso es inclusividad… ¿o será que en el afán de ser inclusivas de l*s demás nos estamos excluyendo a nosotras mismas?

Recuerdo algo que me marcó profundamente. Cuando yo estaba haciendo la maestría en Estudios de la Mujer, Género y Sexualidad, como departamento tuvimos un incidente muy feo. Un grupito de estudiantes empezó a difamar profesoras (en particular a las que tenían una ideología feminista radical -N. de la E.: la autora se refiere a radical en el buen sentido, que no incluye a la UCR-) en esas comunidades de internet que le gustan mucho a la gente joven. Como éramos un departamento bastante hippie y todo lo resolvíamos bajo una visión de liderazgo horizontal (o intentábamos), el profesorado convocó a una reunión dentro de la universidad, en el Centro de la Mujer, para que sacáramos la conversación del internet y dialogáramos frente a frente con franqueza y honestidad. Ese Centro de la Mujer es histórico; tiene décadas y hace un trabajo enorme para visibilizar a las mujeres; sean estudiantes, conserjes, profesoras o investigadoras. Pues a la reunión acudió casi todo el departamento, incluyendo aquel grupito de estudiantes (literalmente, eran como cinco) que se identificaban mucho con la teoría queer, quienes exigían que el simple hecho de que el Centro se llamara Centro de la Mujer era “violentamente excluyente” para otras personas. Descrito de esa manera, una se imagina que en el Centro se cometían genocidios todos los martes y jueves de 9am a 2pm. Aprovecho la ocasión para dejar por escrito que eso de tildar las ideas con las que no se está de acuerdo como “violencia”, trivializa un tema bastante serio y me molesta. Pues sí, no fue sólo el Centro. Igual hicieron con el programa; la queja en ese sentido venía porque en nuestro nombre poníamos ‘Mujer’ delante (una decisión deliberada por parte del profesorado). Esto también atentaba contra la diversidad y la inclusión. A la directora del programa la vilipendiaron. Eso me dolió en el alma y no sólo porque ella era mi asesora. Sino porque estamos hablando de una mujer que ha batallado más de 30 años dentro de la academia, para expandir los Estudios de la Mujer desde una especialidad que podía hacer el estudiantado dentro de las licenciaturas, para ser luego una licenciatura por si sola, pasando posteriormente a ser una maestría y recientemente un doctorado. En el trayecto, el programa se ha ampliado para que incluyera Género y Sexualidad como parte del currículo de base y se trabaja el enfoque transnacional, los estudios étnicos y la teoría queer de manera transversal en todas y cada una de las clases. Pero esto no era ni suficiente; según aquellos estudiantes que reclamaban en el Centro, todavía se estaba centrando demasiado a la mujer.

Entre sus difamaciones, acusaron a la directora del programa, una mujer que se crió en las décadas de los 60 y 70 en el sureste evangélico ultraconservador de los Estados Unidos como una lesbiana abiertamente super butch y encima pobre, de ser La Gran Opresora Patriarcal porque, según esos estudiantes, a pesar de ser marginalizada en todos esos sentidos, la señora es blanca: un indicador de que le faltaban algunos atributos para ganar la olimpíada de opresión. El incidente fue muy desagradable, pero a algunas de nosotras nos llamó mucho la atención que estos estudiantes nunca se hubiesen presentado a los departamentos de Física o de Derecho o de Aeronáutica a hacer esa rabieta. ¡Obvio que no, esos departamentos están llenos de hombres! Es mejor acusar de opresoras a las mujeres y difamar como “excluyente, no inclusivo ni diverso” el único espacio en el campus universitario donde se prioriza a las mujeres… contrario a todos los demás departamentos en la universidad donde la supremacía de los hombres es eso: suprema.

A la reunión en el Centro de la Mujer, asistió también el profesorado de otras áreas colegas como Estudios Étnicos, Sociología, Literatura y Justicia Social, para ver si podían mediar el asunto. Pero no entendían ni porque las tensiones habían caldeado tanto ni porque un debate (técnicamente sobre diferencias ideológicas) sin más, tenía que ser tan pero tan agrio. Todas las ramas del saber debaten y muchas veces debaten durísimo. Es más, si algo caracteriza el feminismo, como explica Jessica Filliol, “es el debate interno, el cuestionarnos absolutamente todo lo que hemos aprendido, el asumir que no tenemos pilares inamovibles pero sí principios innegociables”. Pero no. La demanda es clara: invisibilizar a las mujeres, presentándolas simplemente como opresoras y universalizar el género, a como dé lugar. Lo más probable es que, si las mujeres no se dan cuenta de lo que está pasando y reaccionan, con el tiempo el Centro deje de ser un Centro de la Mujer. Le pondrán seguro algún nombre rarísimo como ‘Tercer Espacio’, como ocurrió con aquel Centro de la Mujer en Canadá, supuestamente “para hacerlo más incluyente”. Y poco a poco, el programa irá descentralizando y borrando a las mujeres. Eso es la historia y siempre ha sido así. Lo que duele es verlo en tiempo real.

Yo aprendí mucho de ese momento. Y también aprendí mucho de la respuesta de nuestro departamento: acomodar a aquellos cinco estudiantes, en vez de plantársele en dos patas y rebatirles claramente todos los argumentos con determinación y contundencia. Pero es que eso es un imposible, porque a nosotras nos socializaron como mujeres. Y nuestra socialización indica que todos los argumentos hay que cederlos, incluso los más lógicos, para acomodar a l*s demás, por más ilógicos que sean sus planteamientos. Aparte de que, expresar abiertamente que nosotras queremos, o peor aún, que el movimiento feminista requiere, por definición, centrar la humanidad y las experiencias de las mujeres, representaría un acto bastante egoísta… ¡y primero muertas que egoístas!

Como dice la compañera Magdalena Proust: “Cada vez que una mujer muestra firmeza en sus argumentos y seguridad en sí misma es acusada de demasiada vehemencia, de soberbia y de atacar a l*s demás. Nosotras siempre tenemos que debatir flojito, sin molestar”. Es exactamente lo mismo con el movimiento. Si, somos un movimiento que busca liberar las mujeres de la subordinación patriarcal, pero ¿cómo vamos a andar por la calle diciendo eso abiertamente? ¡Nos asustaríamos a nosotras mismas! Es mejor sonreír mucho y hablar de aquella ubicua “igualdad de género” … un concepto que es mejor pronunciarlo rápido y sin pensar porque si lo analizamos mucho nos daríamos cuenta de que en realidad la igualdad de género es más o menos una abominación porque el género es un conjunto de estereotipos que sirven para perpetuar patrones de opresión y dominación. ¿Por qué querría la clase dominante ser igual que la clase subyugada y por qué querría la clase subordinada desempeñar el rol de clase opresora? ¿Por qué yo querría asignar a una niña los estereotipos que el género impone en los niños y a un niño las constricciones que el género impone a las niñas? Yo abogaría por abolir el género de arriba abajo.

Como explica la escritora Victoria Smith, el género es una ideología que promueve la conformidad. El género es lo que dicta que las mujeres, por ser mujeres, deben ser sumisas, tiernas, débiles y malas en las matemáticas. El género es lo que dicta que los hombres deben ser agresivos, bruscos, autoritarios y que nunca, pero nunca, pueden llorar. Decir que la estrategia del feminismo es promover la igualdad de género es decir que queremos que los estereotipos que el género asigna a los hombres se les impongan a las mujeres y viceversa. Tengo la certeza de que, como movimiento, podemos aspirar a mucho más que eso. Para algunas compañeras, universalizar el género es una estrategia que busca apelar a la gente que todavía piensa que hablar abiertamente sobre feminismo, como movimiento político, es demasiado… estridente. Esa gente que piensa que mencionar la palabra misoginia o sexismo hará que se le caiga un testículo y peor aún, que si las menciona ambas en un mismo artículo u oración, se les caerán los dos. Esa gente son los hombres y a veces somos nosotras las mujeres las que matizamos todo para, consciente o subconscientemente, seguir agradando a nuestros amiguitos los hombres. Mi respeto a todas las compañeras que entienden que esa estrategia es necesaria, pero no comparto su posición. Es más, creo que esa posición le hace un daño terrible al movimiento. En estos momentos es extremadamente difícil formular este tipo de análisis porque a mucha gente se le ha metido en la cabeza (¿o le han metido en la cabeza?) que el sexo y el género son literalmente lo mismo y que incluso si fuesen diferentes, ¿pues qué importa si al final todo en la vida es “una construcción social”? Aquí hay que respirar profundo, llenarse de paciencia y no dejarse exasperar por los argumentos tan casualmente inclementes de ese nihilismo tan chic, el posmodernismo.

Al posmodernismo, no lo vamos a combatir ni tirando la computadora por la ventana ni quemando los libros llenos de esa prosa tan desganada y relativista de Butler y Foucault, no. Lo vamos a combatir con razonamientos lógicos y argumentos sopesados: los alergénicos de todo oscurantismo.

A ver… Argumentar que el sexo biológico es “una construcción social”, no sólo significa desconocer cómo funciona todo el engranaje patriarcal, sino que también representa una tremenda bofetada a las mujeres y niñas que se mueren todos los días por causa de opresiones basadas en sexo.

Como explica la organizadora sindicalista Natasha Vargas-Cooper: “Argumentarle a la mujer que se encuentra de cuclillas en una choza, partiéndose en dos para dar vida, una función de las hembras y peligrosamente de las hembras, que esta experiencia es simplemente una construcción no sólo te hace sonar imprudente, sino también cruel”.

Algunas mujeres son lo suficientemente afortunadas de vivir vidas en que ser mujer nunca les ha traído ninguna desavenencia y qué bueno. Yo las felicito. Pero que usted nunca se vea en la necesidad de tener un aborto clandestino para salvar su vida, un embarazo forzado, una histerectomía innecesaria, que le nieguen un trabajo por el simple hecho de que su potencial empleadora crea que en un futuro usted podría quedar embarazada y decida “de manera preventiva” no contratarla para no tener que pagarle los meses de maternidad, que a usted nunca la hayan obligado a dormir en una choza, congelándose y expuesta a todo tipo de animales, porque su útero esta menstruando… todo eso es un tremendo privilegio y el feminismo que aboga exclusivamente por y para las privilegiadas no es feminismo.

Hay incluso más postulados porque las maneras en que el sexo biológico es utilizado como factor de opresión en un sistema patriarcal son infinitas y como feministas, es nuestra responsabilidad… no, perdón, es nuestra obligación improrrogable siempre recordarlas.

¿Significa esto que como feministas sólo podemos apoyar a las mujeres y niñas que se ven oprimidas en base a sus funciones reproductivas? No, porque el sexo biológico es más que reproducción. El sexo biológico determina quién pertenece a la clase dominadora o subordinada sin importar que la persona se reproduzca o no. De hecho, en muchos países y contextos, la persona ni siquiera tiene que nacer para que esto se determine. Piensen en los feticidios: en el mundo actualmente son abortadas millones de fetos simplemente por el hecho de que su ultrasonido reveló que iban a ser niñas. Todo el engranaje de género que dice que una mujer representa un peso para su familia, que no será igual de “productiva” para el capitalismo que un hombre… todo eso se le impone a un feto (¿una feto?) basado en una imagen pequeñita, un ultrasonido que quizás quepa en una mano, en la que se puede distinguir un factor crucial: que tiene vulva y no pene.

Pero el sexo biológico es mucho más que eso. La medicina ha sido diseñada, desde su inserción en el sistema capitalista, para tratar a la mujer como un derivado del hombre. Las medicinas son, en su gran mayoría, puestas a prueba en los cuerpos de los hombres. Por lo tanto, la ciencia aun asume que los síntomas del hombre son universales. Todas y cada una de las mujeres que han muerto a causa de enfermedades y dolencias que no pudieron ser identificadas a tiempo porque no presentaban los síntomas que presentan esas mismas enfermedades y dolencias en el cuerpo de los hombres, fueron ejecutadas en base a su sexo biológico. Y sí, la palabra que quiero utilizar como escritora es ‘ejecutadas’.

Incluso después de muertas, el sexo de la mujer viene a pasarle factura. Algunos estudios han demostrado que, a la hora de investigar las muertes por causas no naturales, a los cadáveres de los hombres se les otorga más importancia que al de las mujeres. Dicen por ahí que la muerte es “la gran igualadora” de los seres humanos, pero resulta que no. Incluso en la muerte, el sexo discrimina.

Explica el investigador Maxwell McLean, quien analizó los procesos de investigación de las causas de muertes no naturales reportadas en Inglaterra durante un periodo de diez años que “las muertes de los hombres y de las mujeres reciben un trato diferenciado durante el proceso de investigación en patología forense. Menos mujeres cruzan el umbral de ser reportadas a patología, de que se abra una investigación o que se confirme una muerte no natural. Cuando logran cruzar el umbral de los casos que se investigan, la lista de veredictos existentes tampoco es justa con las mujeres. Hasta el momento, el personal que trabaja en patología forense es vulnerable a la acusación de que las muertes de los hombres son consideradas más importantes que las de las mujeres”. Es decir, los resultados de esta investigación argumentan que si un hombre y una mujer mueren por causas sospechosas o accidentales (no naturales), es más probable que se abra una investigación para determinar la muerte del hombre que de la mujer.

El problema no es sólo que menos personas deciden abrir una investigación cuando su pariente mujer muere por causas no naturales. Es que incluso cuando las y los parientes tienen dudas y quieren abrir una investigación sobre la causa de muerte de la mujer, la patología (profesión dominada por hombres durante los 800 años de su existencia) demuestra una tendencia a declarar la muerte como “muerte natural” si el cadáver es de mujer. Detengámonos a pensar que aquí se aclara la cosa. Un cadáver no puede ejecutar ningún rol ni estereotipo de femineidad ni masculinidad. Es decir, un cadáver no tiene género. Es simplemente un cuerpo sexuado muerto, y ese cuerpo sexuado está abierto a ser discriminado por lo que presenta como cuerpo, no por lo que pudieron representar las ideas de género cuando tenía vida. Si nuestros argumentos son tan contundentes, ¿por qué será que sus antítesis están calando tanto?

Yo no les voy a responder. Pregúntense ustedes quiénes o qué se beneficia de mezclar y confundir todo este asunto. ¿Ya encontró la respuesta? Un movimiento emancipatorio no puede ser sostenible si no entendemos por qué peleamos ni contra qué peleamos. No desmantelaremos el patriarcado si no entendemos cómo surge, con qué propósito surge ni cómo se perpetúa y el quid del asunto actual es, precisamente, esta distinción entre sexo y género. Invisibilizar el sexo y universalizar el género puede parecer una cuestión meramente semántica, pero es instrumental para mantener el feminismo hablando en círculos y que las mujeres y niñas nunca alcancemos nuestra liberación. Este es un pronunciamiento bastante contundente, así que déjenme repetirlo: este enmarañamiento que confunde el sexo con el género no es ninguna coincidencia. Es una confusión fomentada intencionalmente para que las mujeres y niñas no alcancen su liberación del yugo patriarcal jamás. Mientras nosotras nos preocupamos de que al centrar nuestras vidas e intereses estamos siendo egoístas, estridentes y antipáticas, el patriarcado aprovecha esas inseguridades para desplazarnos de nuestro propio movimiento.

El hecho de que el género, el mecanismo a través del cual se legitima la subordinación de las mujeres y niñas, sea reinterpretado en el mejor de los casos como neutral, y en el peor como algo liberador, representa un rotundo éxito patriarcal y un indicador de la gravedad del problema en el que nos encontramos las feministas interesadas en la emancipación colectiva de mujeres y niñas. Para que más y más personas comprendan estas dinámicas tomará muchísimo tiempo ya que el engranaje ha sido profundo, multifacético y deliberado. Pero que tome mucho tiempo no quiere decir que haya tiempo que perder. Desenmarañar este enredo es labor de todas, ninguna se salva. Compañera, si a usted le preocupa este movimiento, el momento de ponderaciones intensas dentro de su cabeza se acabó. Pondere, sí. Pero empiece hoy a ponderar con otras compañeras y con los aliados también, que le aseguro que ellas y ellos también han estado ponderando. Es hora de formular todas las preguntas difíciles en voz alta.

Vía Tribuna Feminista

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