Ya pasaron 10 días desde que Facebook censuró a un conocido medio que combate las fake news
El 2 de mayo Factorelblog.com publicó en Facebook un post a propósito del 9no aniversario del asesinato de Osama Bin Laden. El texto se vinculaba con una nota de mayo de 2011, en la que la editora de ese blog opinaba que la acción sigilosa de los EEUU en el operativo que terminó con la vida de la líder de Al Qaeda fomentó teorías conspirativas. Desde entonces, su fanpage fue bloqueada por Facebook. Tras una suscinta intro del caso que nos aflige, publicamos la nota que originó la censura para que cada cual saque sus conclusiones.
El pasado 2 de mayo se cumplieron nueve años del asesinato por parte de una unidad de operaciones especiales militares de los EE.UU. de Osama bin Laden, líder de Al Qaeda que en su día reivindicó los atentados al World Trade Center, el Pentágono y en Pensilvania el 11 de septiembre de 2001.
En la fan page en Facebook de Factor publicamos esta información junto al comentario: “Por aquellos días, explicábamos por qué la líder de Al Qaeda no había muerto del todo. Ojo: hay fotos fuertes” con el enlace a una nota del 5 de mayo de 2011 publicada en el blog Ciencia Bruja de Yahoo! Argentina redactada por la editor de Factora, titulada Obama, Osama y la teoría de la conspiración. Las “fotos fuertes” eran trucos fotográficos difundidos por quienes pretendían instalar la falsa noticia según la cual Bin Laden había muerto antes de su muerte oficial.
Ese día, Facebook nos comunicaba que aquel contenido había sido eliminado “por infringir nuestras Normas comunitarias”. Y la sección Calidad de la página de la red social empezó a anunciar que “la página está en riesgo de que se elimine su publicación”.
En conocimiento pleno de lo que informan las Normas comunitarias de Facebook, solo una interpretación errónea podía considerar ese posteo una infracción: la nota expone nuestra opinión sobre cómo las maniobras sigilosas del gobierno de los EEUU fogonearon el conspiracionismo. La censura de Facebook, ahora, es solidaria con uno de los peores enemigos concebibles para una sociedad que se pretende bien informada: sembrar confusión respecto de cómo afrontar las noticias falsas y las teorías de la conspiración que, al igual que nuestro blog, Facebook asegura estar interesada en combatir.
Mi reclamo en la sección Buzón de Ayuda de Facebook fue inmediato. Como no obtuve ninguna respuesta, tres días después me comuniqué con Prensa de Facebook, que en otras oportunidades había contestado con solvencia y celeridad pedidos de información sobre la compañía de Mark Zuckerberg.
A través de esta área informé a la empresa que había quedado “sin privilegios de publicación” y que no había recibido aclaración alguna sobre cuáles eran las Normas comunitarias que mi página había infringido. Además, expuse mi sospecha sobre las posibles causas del error.
A mi juicio, en el “afán” de mitigar la difusión de noticias falsas o engañosas relacionadas con el Covid-19, pagan santas por pecadoras: las censoras –resulten algoritmos o verificadoras de datos, a la luz de los resultados da igual con o sin cerebro– no están en condiciones de discernir rápida y eficazmente las fronteras entre opinión y noticia o separar especulaciones sin pies ni cabeza de juicios argumentados.
En vez de suspender el juicio, como aconseja el sano criterio, que prioriza “no innovar” antes de vulnerar la libertad de expresión, Facebook a menudo decide pasar el tanque por encima del campo de margaritas.
El máximo tribunal de Facebook que decidió bloquear nuestra publicación había considerado “información falsa” una columna de opinión que complejizaba la discusión en torno a los conspiracionismos; en última instancia, Factor había sido censurado. El blog, damnificado por una acción lesiva a nuestras libertades, no solo no recibió argumento o información alguna sobre la sentencia; los intentos de la editora por ejercer su legítimo derecho de defensa fueron ignorados, incluso cuando a lo largo de 10 (diez) días informamos sobre la situación a Prensa y finalmente, a Julieta Shama, encargada de Strategic Media Partnerships de Facebook, quien en su día expuso el interés de Facebook por “combatir la desinformación” y mejorar las “relaciones estratégicas” entre esa compañía y el periodismo.
¿Realmente Facebook piensa que es posible controlar los millones de posteos que se publican semanalmente en la red social? ¿Qué nivel de sutileza manejan los algoritmos para diferenciar fake de parodia, o disparate de sarcasmo? ¿Sus técnicas desarrollan alguna forma práctica para apelar eficazmente las sanciones cuestionables o injustas?
Cuando nos devuelva nuestra cuenta, en la que hemos invertido dinero para ampliar el alcance de publicaciones significativas, ¿eliminará esta “mancha” que, si somos bien pensadas, es un persistente error basado en una interpretación falaz? ¿Cuánto tiempo más mantendrá Facebook bloqueado este blog?
Ignoramos las respuestas. Pero asombra que poderosas páginas que manejan cuentas metamillonarias y esparcen toneladas de fakes news por día, propaguen sus bolazos en posteos patrocinados con absoluta tranquilidad, mientras un sitio sin recursos que ofrece contenidos críticos y reflexivos sobre pseudociencias, noticias falsas y teorías de la conspiración, sigue silenciado.
¿Acaso para Facebook las que aportan dividendos al negocio son más influyentes que otras, sin plata para invertir ni intereses económicos que defender más que las desoladas trincheras de la libertad de expresión? Si fuera así, mal camino ha elegido. Puede parecer utópico, pero si quiere cambiar la percepción del público después de Cambridge Analytica, Facebook solo brillará si busca entre sus aliadas a blogs, portales y medios más interesados en informar honestamente y compartir conocimientos verificados que en vender mentiras rentables.
Por lo pronto, publicamos la nota completa que dio origen a la censura de la empresa de Zuckerberg para que la sufrida lectora saque sus conclusiones.
De ahora en adelante, toda idea sobre la desaparición física de Osama bin Laden (1957-2011) irá a parar al gran rompecabezas que unas cuantas mentes inquietas comenzaron a construir el 11 de septiembre de 2001: el susurrante universo de las teorías conspirativas. Y algo más: nunca como en estos días, una presidenta de la nación más poderosa de la Tierra habrá realizado un aporte tan notable para reforzar la percepción según la cual algunas teorías que parecen fantásticas podrían no estar tan equivocadas, después de todo: la Operación Gerónimo, que supuestamente proponía “atrapar” a Bin Laden, le disparó a quemarropa; la terrorista no tenía armas para resistirse y el “cuerpo del delito”, y otras evidencias que podrían despejar las dudas, acabaron en el mar o sumergidas en las mil y una excusas.
La presidenta Barack Obama justifica privar de información confirmatoria para “ahorrar un trofeo” a sus enemigas o porque le quiere evitar al mundo el desagradable estado de la muerta, pero las especialistas en teorías conspirativas coinciden en que la omisión de la evidencia fortalece el mito y expande un clima de recelo entre las ciudadanas que, por buenas o malas razones, son propensas a dudar de quienes manejan los hilos del poder.
Hay que decir ya mismo que las conspiraciones no siempre son fábulas; a veces, individuos con más o menos poder, con más o menos influencia, toman decisiones sobre graves cuestiones sociales en la oscuridad, lejos de todas las demás, que no controlamos ni sabemos y (por la naturaleza misma de la confabulación) no podemos confirmar ni refutar. El complotista propone argumentos que se apoyan a sí mismos, provee maquinaciones que están fuera del alcance de la ciudadana media y son inverificables, solo podemos notar sus efectos sobre la realidad por “sentido común” (tal vez el único calibre psicológico menos preciso que el psicoanálisis) y no por evidencias concretas como un video respaldado por testigos que no son parte interesada, una evaluación arbitrada por expertas independientes o experimentos reproducibles.
BOCADO PARA SUSPICACES
En este sentido, los atentados que derribaron las Torres Gemelas, destrozaron el Pentágono y mataron a las pasajeras del vuelo con rumbo a Washington fueron causados por cuatro aviones abordados por 19 terroristas árabes que, antes del 11/9, mantuvieron sigilosos encuentros donde rumiaron sus objetivos. Sin embargo, sobre la realidad del complot islámico que ensombreció a los Estados Unidos el 11 de septiembre de 2001 existe suficiente información contrastada como para contradecir las peregrinas leyendas según las cuales el World Trade Center fue demolido con explosivos subterráneos, que el Pentágono fue perforado por un misil o que todo el operativo fue un “trabajo interno” urdido o consentido por la administración Bush a espaldas del pueblo norteamericano.
El surgimiento de las teorías complotistas —en tanto relatos fantasiosos sin anclaje en el mundo de cosas comprobables— puede ser el paso siguiente del fracaso de las respuestas oficiales. A la desconfianza que suscitan las explicaciones de quienes ostentan el poder se suma la necesidad que tiene parte de la sociedad por atar cabos sueltos, descubrir un significado, una explicación que dé sentido a esos fragmentos, y reducir la incertidumbre causada por la aparente falta de sentido, lo cual le permitirá bajar la ansiedad y enfrentar una realidad incómoda. Gran parte de las construcciones imaginarias que pretenden “aclarar los acontecimientos” y cuyas respuestas son “negadas por el Poder” suelen ser causadas por políticas reacias a informar con el mayor apego posible a los hechos.
Cuando abundan las lagunas informativas, pero sobre todo cuando las explicaciones oficiales son insatisfactorias, éstas son rellenadas con ficciones populares, ocasionalmente fruto de la inventiva interesada de personas o grupos capaces de influir sobre grandes sectores de la población. Ahora bien, ¿por qué prenden estas teorías? A veces, porque no disponemos de información confiable o suficiente; otras, porque no nos cuesta nada enamorarnos de esas hipótesis que nos caen simpáticas; de hecho, solemos ser capaces de defenderlas usando “a piacere” ciertos elementos de la realidad (aunque sea a costa de suprimir detalles incompatibles con nuestros deseos).
El Operativo Gerónimo podría haber obedecido, si hemos de creer en Obama, el refrán según el cual “muerta la perra, se acabó la rabia”. Pero ¿al precio de construir un mito? No conviene subestimar la poderosa imagen que el magnate saudí posee en muchos países musulmanes, o con un importante porcentaje de ciudadanos de esa confesión, donde sigue siendo percibido como un idealista que decidió renunciar a las comodidades de la vida burguesa para arriesgar el pellejo en cuevas y montañas de Afganistán.
TUS MUERTAS TIENEN LAS MEJILLAS ROSADAS
La política de engaño y ocultamiento “a cara de piedra”, las distorsiones informativas y la ignorancia con que se manejó la noticia de la muerte de Osama bin Laden ha apuntado a mimar las teorías de las amantes del complot, a saber: que Bin Laden no ha muerto; que, si murió, esto no sucedió como nos lo han contado; y que si la líder de Al Qaeda ya no está en el mundo de las vivas (y así parece, pues su muerte podría ser desmentida por ella misma en un video que la muestre con un diario de hoy en sus manos), pues no ha muerto del todo.
“Como ocurrió con la muerte de Hitler, habrá dudas en torno a saber si realmente Bin Laden murió”, explicó Robert Alan Goldberg, una catedrática de historia especializada en la cultura del complot. A Hitler podríamos agregar otras muertas difíciles de matar, como Elvis Presley. “Además, para las convencidas de la teoría del complot en los atentados del 11/9, Bin Laden es visto como una pieza en el juego de la CIA. Vamos a oír decir que EEUU sabía dónde estaba todo el tiempo y que recién ahora decidieron deshacerse de ella”, concluyó. La pacifista norteamericana Cindy Sheehan lo dijo con todas las letras: “Si una cree en la muerte reciente de Osama Bin Laden es una estúpida”.
Para llegar a estas conclusiones —que además se suponen contrarias a los intereses norteamericanos— basta abrevar en las propias contradicciones oficiales. Empezando por la calificación del hecho: ¿Bin Laden murió en un enfrentamiento o, como parece, estaba desarmada y fue asesinada a sangre fría? Barack Obama dijo: “Autoricé una operación para capturar a Osama Bin Laden y llevarla ante la justicia.” En sólo 24 horas, el discurso fue refutado por León Panetta, directora de la CIA: “La orden era matar a Bin Laden”, dijo.
El mismo día del Operativo una vocera de la Casa Blanca dijo que el cuerpo de la fundamentalista islámica había sido arrojado al mar respetando una “tradición funeraria”… inexistente. La réplica de las clérigos casi no tuvo difusión, pero no se hizo esperar: al tirar el cadáver al mar los EE.UU. habían violado las leyes musulmanas (las exequias se entierran con la cabeza apuntando a la Meca), motivo por el cual podrían haber provocado aquello que deberían evitar, a saber: las excusas para reacciones violentas por parte de los sectores extremistas del mundo árabe, que desaparecerán como por encanto.
Deshacerse del cuerpo, además, es seguir el juego a las malpensadas: sin vestigios del cadáver nadie podrá desmentir el test ADN que Washington asegura haber realizado comparando con muestras de familiares de la millonaria árabe. Otro argumento (“no facilitar un sitio a donde puedan peregrinar potenciales seguidoras de Osama Mártir”), tampoco suena convincente. Más porque semejante santuario facilitaría mucho la tarea de la CIA, siempre interesada en identificar potenciales enemigas de los EE.UU.
Es curioso, pero muchas personas escépticas del conspiracionismo desde el domingo 2 de mayo creen que esa cosmovisión podría no estar tan desacertada. Este cambio de actitud tiene que ver, por fuerza, con la credibilidad cosechada por los sucesivos gobiernos de los EEUU. ¿Cómo piensa sostener Obama su intención de no publicar imágenes del cuerpo o del operativo? Alguna asesora le debería recordar que presentar pruebas y documentar decisiones dramáticas (como entrar en un país y ejecutar a una sospechosa despreciando tratados internacionales) puede ser de gran ayuda para rubricar en la memoria social un acontecimiento simbólicamente relevante, no sólo para el pueblo estadounidense. (Addenda: 6 años después trascendió que las fotos del cuerpo de Bin Laden no fueron publicadas porque su rostro había sido desfigurado por los tiros).
Mientras tanto, la escasa seriedad de la información oficial es suplida por trucos de cabotaje, como esa escena de la película “La caída del Halcón Negro” (2001) donde la cara de la actriz Jeremy Piven fue reemplazada por la de Bin Laden.
Entre gran parte de las electoras conservadoras puede que prevalezca la idea según la cual el fin justifica los medios, que el terrorismo de Estado y la tortura (al parecer, el uso del “submarino” en Guantánamo facilitó las pistas para dar con Bin Laden) es válido para combatir el terror. Tal vez, la popularidad de Obama creció por derecha, entre aquellas ciudadanas que aún abrigaban dudas respecto del imparable viraje de la líder demócrata. Ahora, ¿cuánto más durará la confianza en la presidenta que pasará a la Historia por haber recibido el Nobel de la Paz demasiado pronto, o al menos cuando hubiese avanzado un poco más su mandato?
Hay cifras útiles para reflexionar sobre el tema. En 2006, una encuesta a 1.200 estadounidenses de la agencia Zogby arrojó que el 42 % sostiene que tanto el gobierno de los EEUU como la Comisión que ha investigado los atentados del 11 septiembre se han rehusado a profundizar algunos datos que parecían contradecir la versión oficial. Es más, según la especialista Lorenzo Montali, “el porcentaje de ciudadanas que tiende a creer en cualquier forma de conspiración para ocultar la verdad está mayoritaria entre las electoras demócratas”.
Sin discutir cuánto de lo que dicen Obama y sus funcionarias es verdad, o cuánto es mentira, la captura, la muerte y los relatos en torno a la Operación Gerónimo dejan girones de dudas a su paso ante un pueblo exaltado por la desaparición de la sospechosa de sepultar bajo los escombros de las Torres Gemelas casi 3.000 norteamericanas y ante media mundo que sigue perpleja la impunidad con que el imperio se mueve a sus anchas, más allá de la ley y sin ningún aprecio por la opinión de otras naciones.
Desde Bush Hija en adelante, la amenaza de Al Qaeda, que tal vez sobreviva a su líder muerta, ha crecido como una sombra atroz para cada habitante del planeta, en buena medida acrecentado por un complejo sistema de alianzas que lo eligió como chivo expiatorio.
Frente a este cuadro, el gobierno de los EEUU no se puede hacer el desentendido. Algo tuvo que ver con la creación de la monstruo, una monstruo que tanto se le parece y que quizá nunca matará totalmente: su política exterior —esa indiferencia que aleja y atemoriza hasta la reverencia a los mandatarios pusilánimes— está infectada con el mismo virus.
Alejandro Agostinelli es periodista y editor del blog Factor 302.4
Bibliografía consultada
Pérez Hernáiz, Hugo A., “Teorías de la conspiración. Entre la magia, el sentido común y la ciencia”. (Escuela de Sociología, Universidad Central de Venezuela, Caracas)
Polidoro, Massimo (comp) “11/9 La cospirazione impossibile” (Ed. Piemme, 2007)
DESTACADO: DIA DE LA VICTORIA, OTRO CASO DE CENSURA
Al algoritmo de Facebook tampoco le gusta la imagen que simboliza la victoria soviética sobre la Alemania nazi, tomada durante la Batalla de Berlín el 2 de mayo de 1945 y titulada “Levantando una bandera sobre el Reichstag” de Yevgeny Khaldei. Es una imagen de dominio universal en la literatura, documentales y redes sociales. ¿Acaso hay hechos históricos peligrosos para Facebook? Según RT (que denunció el caso aquí), sí: son mensajes que “contravienen las normas comunitarias sobre organizaciones peligrosas”. La red cerró la cuenta de quien la compartió durante 3 días.
(Gracias a Pedro Luis Gómez Barrondo por la información)