egoistas

Era de la información: ser pares en una red de desigualdades

La cultura libre como farsa capitalista

Siempre decimos «libre no es lo mismo que gratis», aún cuando la mayor parte del Software Libre y obras culturales libres se encuentren disponibles gratuitamente. Las detractoras de la Cultura Libre disparan ¿de qué viven las que producen Software y Cultura Libres?

Ya en el Manifiesto GNU se rebatían estas ideas. Es cierto que una vez que el producto es liberado resulta casi imposible cobrar por él, por lo que se propone una economía de servicios. Ya no se cobra por la cajita del sistema operativo, sino por el soporte para usarlo.

Este es, por ejemplo, el «modelo de negocios» de Red Hat, que junto con su sistema operativo basado en GNU/Linux vende suscripciones de soporte que en 2012 ya le redituaban mil millones de dólares.

Sin embargo, hay algo de cierto en la pregunta inicial y cada vez más las empresas capitalistas se están dando cuenta de cómo aprovecharlo. Al liberar el código para vender el soporte, no sólo están contribuyendo al corpus de Software Libre disponible globalmente, sino que están asegurándose la captura de trabajo no pago de las comunidades.

La forma de hacerlo es mediante el control del copyright. El código es liberado bajo una licencia, pero la licenciante es la empresa, no cada una de las contribuidoras individuales, por lo que se reservan el derecho de privatizar el software en cualquier momento, o utilizarlo como núcleo de una versión privativa con más características.

Como es posible encontrar software libre gratuitamente en el ciberespacio, también es posible encontrar comunidades que dan soporte, y escriben documentación también libre y gratuitamente. Además encuentran errores y si pueden los arreglan.

Esto es un arma de doble filo para las comunidades y las hacktivistas, porque por un lado es posible beneficiarse en común con el Software Libre, pero por el otro con el afán de mejorar las cosas, estamos mejorando colectivamente productos que son explotados comercialmente por otro lado.

Para algunas, como Dimytri Kleiner, esto reduce nuestra capacidad de independizarnos del capital, porque se nos hace imposible reproducir independientemente nuestra capacidad de producir riquezas materiales a partir del Software y la Cultura Libres (y todo lo que sigue, Redes, Hardware, Sociedades Libres). Nos hace falta, dice, una ventaja que nos permita mantener las riquezas que creamos colectivamente fuera del ámbito de la producción capitalista, es decir fuera del trabajo asalariado, la cesión de copyright, etc.

Para ello propone, entre otras cosas, la Licencia de Producción de Pares que en lugar de impedir la distribución comercial de la Cultura Libre, recurso al que muchas colectivas apuntan cuando usan las licencias Creative Commons, impiden la apropiación capitalista de la Cultura Libre, dejándonos la ventaja comercial a las colectivas, cooperativas y fábricas bajo control de sus trabajadoras.

Pero la cultura libre no sólo se trata de lo que producimos, sino también de cómo lo producimos. La relación entre producción de software libre y empresas capitalistas ya es conocida, pero ¿qué pasa cuando esa apropiación de las formas de compartir de las hackers se extiende a las formas de compartir de la población en general?

En este momento se encuentra de moda la «sharing economy» o «economía del compartir», que apropiándose de las actividades informales de la gente, propone compartir dejándole un dividendo a la intermediaria organizadora. En ámbitos donde no se trataba de relaciones de explotación, sino de autoorganización, de ayuda mutua, están apareciendo tecnoorganizadoras, que a través de simpáticas apps de smartphones o directamente sitios web, tratan de sacar tajada.

Así, cuando alguien necesita una mano arreglando la casa o con el cuidado de las hijas, o compartir comida con amigas, etc. aparecen aplicaciones y detrás de ellas, empresas «emprendedoras» o fundaciones, que nos «ayudan» a organizarnos, apelando a la comodidad, confianza y la seguridad de las personas.

Sin embargo, lo que en principio parece una buena idea, aun cuando las necesidades y las relaciones son organizadas desde arriba (aunque digan que son «grassroots», desde abajo), empieza a no serlo tanto cuando lo que esconden son relaciones de explotación bajo una capa de tecnocracia neutral. Las personas se convierten en marcas de sí mismas mientras suman puntos de confianza en Airbnb. O se pelean por ser quien menos cobre un trabajo de reparación a la vez que pagan un canon por el uso del sitio y sus cuentas son dadas de baja sin explicación cuando se habla de sindicatos, precio justo, acceso a los sistemas de salud.

En la Edad de la Información somos pares, claro, pero de una red de desigualdades.

1 comment

  1. Me voy a permitir resumir a modo de «copetes alarmistas» tus excelentes pensamientos:

    «En el afán de mejorar las cosas, estamos mejorando colectivamente productos que son explotados comercialmente por otro lado.»

    «En este momento se encuentra de moda la “economía del compartir”, que apropiándose de las actividades informales de la gente, propone compartir dejándole un dividendo a la intermediaria organizadora. »

    «Lo que esconden son relaciones de explotación bajo una capa de tecnocracia neutral. Las personas se convierten en marcas de sí mismas mientras suman puntos de confianza en Airbnb.»

    Muy bueno che! Muchas Gracias!! Me proporcionaste algunas argumentaciones que le estaban faltando a mi conocimiento y experiencia real -a como se vive la ‘cosa’-. Saludos.

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