Como muchas veces he argumentado, el debate es esencial para decantar, afinar, estructurar las ideas. Es, además, un arma poderosa de propaganda.
A veces, tenemos que polemizar con quien sabemos inmutable. ¿Alguna posibilidad, por ejemplo, de que quienes viven del proxenetismo cambien de idea? Ninguna. De modo que, si polemizamos, será obligadas por las circunstancias y pensando, no en ellas, sino en las personas que las oyen y nos oyen.
El grueso de nuestros esfuerzos debe ir dirigido a la población en general y, en particular, a las mujeres. No podemos cansarnos de explicar una y otra vez nuestras razones, de responder a argumentos a los que ya hemos respondido mil veces. La experiencia nos dice que es casi la única manera de persuadir. Y nos dice, además, que es eficaz. ¿Acaso no estamos haciendo cambiar de opinión a miles de personas?
Es más: ¿cómo llegó al feminismo cada una de nosotras? Hay quien sostiene que siempre fue feminista… Eso solo significa que desde pequeña percibió la injusticia que vivía, el consiguiente malestar y sus deseos de desobediencia. Pero el feminismo es más: es la transformación de la rebeldía en teoría, en análisis político y filosófico. Es una alternativa global a lo que nos rodea y es un movimiento que actúa. O sea: desde la indignación e infracción de alguna norma al feminismo, hay un trecho…
Pero, en este artículo quiero hablar del debate entre nosotras, las feministas. Debate que siempre hemos tenido y tendremos. El feminismo carece de organigrama directivo, de estructuras de poder, de jefas, de comité central, de programa cerrado a corto o medio plazo. ¿Cómo se han ido decantando en cada momento los objetivos inmediatos, los puntos esenciales de la agenda, las alianzas, los temas más perentorios, las tácticas y estrategias? Mediante el debate.
Pero no idealicemos: el debate es difícil. No somos angelicales, ni sublimes, ni estamos por encima del bien y el mal.
Somos feministas y a mí eso ya me parece extraordinario y me llena de orgullo, aunque tenemos también que ser críticas y analíticas con nosotras mismas.
El debate entre nosotras presenta dificultades.
Una, el buenismo. La actitud de “Si todas somos feministas y nos queremos ¿Cómo vamos a enfrentarnos?” depende, en cierta medida, del talante de cada cual, pero se suele dar entre mujeres que aún están en “primero de primaria” de feminismo (lo digo así por abreviar, sin ánimo de ofender). A ellas hay que contestarles, que justamente porque nos apreciamos, respetamos y tenemos el mismo objetivo a largo plazo, nos consideramos interlocutoras válidas e importantes las unas para las otras y por eso debatimos.
Pero hay otros peligrosos escollos:
- A veces “se nos va la mano”, la agresividad nos puede, no escuchamos y nos interpelamos con excesiva dureza.
- También cuentan los egos.
- Y cuenta la necesidad de hacer piña con un determinado grupo, de cerrarse sobre sí y de elevar barricadas defensivas y ofensivas.
Veamos con mayor detenimiento.
En la cuestión de la agresividad hay, como señalé antes, un componente de carácter que no siempre se controla. Hemos de intentarlo (yo, al menos, lo intento) pero del dicho al hecho… Siempre admiré a mis amigas y conocidas feministas capaces de soltar los más contundentes argumentos envueltos en amabilidad. Prodigioso.
Los egos son un problema más de fondo, más obscuro. Hay quienes se “apropian un tema”, consideran que ellas son las voces autorizadas y que las demás son intrusas. Esquematizando, piensan: “Yo lo vi primero. Si vas a tocarlo, pídeme permiso, ríndeme pleitesía” … Y cierto, las feministas de una cierta edad “llegamos antes”. No hay merito especial en tener 60 o 70 años en vez de treinta o cuarenta. Y cierto, se supone que quien lleva años, ha tenido más tiempo de pensar y estudiar, ha vivido más experiencias y, en ese sentido, las jóvenes deben escuchar a ver si la edad aporta algo (y si no aporta, pues que dejen de escuchar). Y cierto, a veces, a las mayores nos desconcierta oír voces pregonando, como si fuera nuevo, lo que decíamos tiempo atrás; ignorando completamente nuestra existencia; sin “cortesía” alguna (incluso sin citar, olvidando que también es necesario rescatar genealogía).
Pero existe el exceso contrario: hace poco, una feminista que lleva mil años (no mil, pero sí cuarenta) luchando contra la prostitución se mostraba contraria a un proyecto porque no se había contaba con ella. Lo adornaba con razones aparentemente políticas, pero, al final, se le escapó la verdad: “Yo no voy de telonera”. Me pareció deprimente y cutre ya que en el feminismo todas hemos de ser “teloneras” unas de otras.
El mayor peligro reside, sin embargo, en la tentación que sufren los grupos feministas de cerrarse sobre sí, de caer en la autorreferencia y el desprecio altivo hacia otros grupos.
Tal fenómeno es habitual cuando se milita en vanguardia, en medio de un ambiente muy hostil pues, formar piña, conforta. En este país lo vivimos durante el franquismo (N. de la E: la autora vive en España). Vistas desde hoy, sabemos que las diferencias entre algunos partidos antifascistas no eran tan abismales como entonces nos parecían, pero, ciertamente, debido a la clandestinidad, debatir entre unos y otros era muy difícil.
Actualmente, el debate depende, ante todo, de nuestra actitud. Cierto, ahora tenemos un escollo añadido: la existencia de feministas de diferentes partidos y sin partido, lo cual no contribuye precisamente al entendimiento (aunque no todas las mujeres, militantes de partido o no, actúan con cerrazón, ni mucho menos).
Y ojo, tampoco propugno que los diversos grupos feministas deban “fusionarse”, ni propugno que se obvien las diferencias, los diversos enfoques y prioridades, etc. –esto espero que quede claro, clarísimo-. Lo que propugno es que se aprecie adecuadamente el debate entre nosotras. Que no se olvide que hemos de avanzar juntas, con las dificultades y diferencias que existan y vayan surgiendo, pero sabiendo que estamos en el mismo camino (si es que estamos en el mismo camino, claro, pues ya sabemos que hoy hay quien apela al feminismo para defender objetivos que son lo opuesto a nuestra meta: verbi gratia, la prostitución). Debemos oírnos y mirarnos con interés. Debatir, en suma.
¿Soy demasiado ingenua? No creo, la verdad. No lo creo porque creo en la potencia del feminismo.