Hace unos meses, en el movimiento abolicionista empezó a difundirse este lema: “La prostitución no se debate, se combate”. Como ya dije en un artículo (en el libro conjunto Debate prostitución. 18 voces abolicionistas) considero ese lema poco acertado justamente porque una manera esencial de combatir aquello que nos parece injusto es debatirlo. Creo que el lema correcto sería: “La prostitución no se negocia, se combate”.
Es más: si el debate sobre la prostitución existe es porque el feminismo lo ha planteado.
En efecto, Nacemos y vivimos inmersos en el mundo “natural” creado por la ideología dominante. En él abrimos los ojos, en él aprendemos a hablar, a entender lo que nos rodea, a estructurar nuestra mente y nuestros sentimientos.
Sabemos que deshacernos de esos esquemas mentales, de esos imaginarios, de ese orden de valores interpretativos supone un gran esfuerzo. Esfuerzo que cada cual ha de realizar en sí y para sí, pero en cuyo inicio siempre hay una palabra, una imagen, un gesto que consigue descolocarnos, resquebrajar la “normalidad” que nos rodea. Y, a partir de ahí, ya podemos ir entreviendo otras posibilidades y alternativas.
Por eso, cuestionar, irracionalizar, criticar, ese mundo “natural” sobre el que se asienta la desigualdad entre hombres y a mujeres ha sido siempre tarea del feminismo.
Así, para conseguir el derecho al voto, el feminismo tuvo que argumentar que las mujeres no éramos ni más tontas, ni más irresponsables, ni menos humanas… Cuestiones que hoy parecen evidentes pero que se debatieron, expusieron y discutieron durante años, por tierra, mar y aire.
Con la prostitución está pasando exactamente lo mismo.
Y, como siempre, ha sido el movimiento feminista quien ha agitado las plácidas aguas patriarcales.
Mientras el movimiento feminista no la señaló como insoportable e inadmisible, nadie debatía sobre prostitución. ¿O han sido los puteros, las mafias, los proxenetas, las religiones quienes han lanzado el debate?
Como dije en otro artículo, tradicionalmente la iglesia católica ha considerado la prostitución mal menor. Había mujeres “perdidas” (ya con el nombre lo decían todo) y los pobres hombres, cuya carne siempre ha sido débil, necesitaban desfogarse con ellas. Luego, se confesaban y aquí paz y después gloria…
Pero, el feminismo ha decidido que la lucha contra este privilegio masculino del uso y cosificación de las mujeres debe ocupar un lugar prioritario en nuestra agenda. Porque, mientras nuestro cuerpo sea mercancía, resulta imposible argumentar coherentemente contra la violencia sexual, el acoso, las agresiones.
Llevamos años debatiendo, explicando, batallando a fin de poner en evidencia la ideología de sumisión que subyace bajo este aparentemente “libre comercio”.
Y lo hacemos porque sólo así conseguiremos que las personas de buena voluntad puedan oír, reflexionar, pensar sobre la realidad de la prostitución, esa realidad que poco tiene que ver con los bonitos cuentos de las películas y las series sino que está cimentada en la pobreza, el dolor, la deshumanización y el tráfico de miles y miles de mujeres y niñas.
Entonces ¿por qué nos hemos opuesto a la jornada sobre “Trabajo sexual” organizada por la universidad de A Coruña?
Pues, por decirlo claramente: hay temas de actualidad, en torno a los que debemos seguir argumentando sin descanso (y quizá aún durante años), pero las universidades u otros organismos de prestigio y saber no pueden YA (YA, en este punto de la historia) acoger ni financiar ciertas propuestas en torno a ellos.
Por abreviar: debatir en la universidad la prostitución como opción laboral equivale, objetivamente, a considerarla alternativa “razonable”. Y no, ya no lo es. Igual que no lo sería organizar un encuentro sobre «Cómo curar la homosexualidad». Igual que sabemos que hay quien sigue considerando la pena de muerte justo castigo, pero ¿resultaría admisible que una facultad de derecho acogiera y costeara una jornada defendiéndola?
Habrá lectoras que estarán pensando “Pero es que esos supuestos contravienen nuestro ordenamiento jurídico y la prostitución no es ilegal”.
Cierto, pero ¿acaso no sabemos que, muchas prácticas, sin ser ilegales, ya no son defendibles en la universidad o en instituciones similares?
Por poner un ejemplo: ciertas personas opinan que las vacunas son negativas. Resulta, pues, necesario hablar y escribir sobre este tema en los medios de difusión, en centros de enseñanza, en centros de salud, en asociaciones vecinales, de padres y madres, etc. pero no sería de recibo que la facultad de medicina organizara y financiara una jornada defendiendo las bondades de la no vacunación. A favor, sí, en contra, no.
Sabemos que no es ilegal practicar el coito sin prestar ninguna atención al placer femenino. Sabemos, incluso, que tal proceder es muy frecuente, pero en ningún caso se consideraría de recibo costear con dinero público un encuentro de propaganda en contra de la estimulación del clítoris. A favor, sí, en contra, no. No son dos platillos de la misma balanza.
Conclusión: hay propuestas sobre ciertos temas y prácticas que deben seguirse debatiendo en foros sociales, pero que, en ningún caso, pueden ser amparados y financiados por las instituciones.
Y ya está bien de contarnos que “el feminismo está dividido en torno a la prostitución”. La sociedad sí, puede; el feminismo, no.
Cierto, algunas que se consideran feministas defienden la prostitución. Otras simplemene lo dicen por si cuela. Pero el feminismo siempre ha sido abolicionista.
Y, desde luego, el feminismo actual tiene claro que la igualdad es incompatible con la cosificación del cuerpo de las mujeres, con su uso y abuso.