Ayer fue el voto, hoy es nuestro cuerpo

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El sufragio femenino

Las posiciones respecto al sufragio femenino pueden resumirse en tres grandes bloques.

En primer lugar, estaban quienes manifiesta y ferozmente se oponían a que las mujeres tuvieran derechos cívicos. Les parecía inconcebible, aberrante, inadmisible y contrario al buen orden social. ¿Cómo iba a reinar la armonía en un hogar donde la mujer pudiera disentir de las opciones de su esposo? Ellas solo estaban legitimadas para opinar en cuestiones domésticas y de pequeña monta.

Pero, por supuesto, Victoria Kent no sostenía tal cosa. Manifestó que no se oponía al voto de las mujeres: se oponía a que se aprobara en ese momento. Según dijo, en pro de lo que consideraba un mayor bien –el triunfo de las fuerzas progresistas- aceptaba renunciar, no sin dolor, al sufragio de las mujeres: “Creo que el voto femenino debe aplazarse, lo dice una mujer que, en el momento crítico de decirlo, renuncia a un ideal”. Partía del supuesto (era un supuesto, sin pruebas fehacientes) de que, influenciadas por sus maridos y por los  curas, las mujeres votarían a la derecha. [Digamos en una breve anotación irónica que curiosamente Kent nunca pidió que se privara del voto a los curas ni a los maridos conservadores, fuente originaria del mal, sin embargo…]. En consecuencia, alegaba que plantearlo dividía las fuerzas de izquierdas y, caso de aprobarse, pondría en peligro a la república.

Clamaba que, antes de dar el derecho al voto a las mujeres, había que educarlas. Clara Campoamor, por el contrario, le opuso esta verdad básica: “La libertad se aprende ejerciéndola“.

Y afirmó que por encima de los intereses del Estado estaba el principio de igualdad. Y por ello, el derecho de las mujeres al voto no debía sufrir aplazamiento alguno. Es decir, tal y como afirma Amelia Valcárcel: “su defensa del voto de las mujeres estaba basada en principios y no en consecuencias”.

Regulación/abolición

Hoy observamos que también en torno a la prostitución se articulan tres grandes bloques de propuestas.

Están quienes abierta y manifiestamente la defienden creyéndola parte del orden “natural” de las cosas: los hombres tienen “necesidades” y para satisfacerlas han de contar con un ejército de mujeres a su libre disposición.

Esta postura considera incuestionable la prostitución y, en consecuencia, reclama que se legalice. Aunque luego, cada cual la adorna y justifica de diversas maneras: hablando de la libertad de las mujeres, apelando al “mal menor”, etc. Algunos incluso afirman que lo hacen por el bien de las prostitutas.

Otro bloque sigue “la doctrina” Kent: dicen no defender la prostitución pero consideran inconveniente incluirla en la agenda feminista porque “No es el momento”. Podríamos preguntarnos ¿cuándo lo será? Llevan cuarenta años alegando lo mismo (y si las dejamos, dentro de otros cuarenta oiremos la misma cantinela).

Es triste constatar en la izquierda (de la derecha ni hablo) la recurrente y marcada tendencia a considerar que “nunca es el momento” de nuestras reivindicaciones. Lo sabemos perfectamente quienes hemos militado en partidos. Y si quienes militan ahora no lo saben es porque prefieren seguir con la venda en los ojos.

¿Qué decimos las abolicionistas?  Pues que sí, que ahora es el momento. Ciertamente siguen vigentes muchas otras desigualdades, abusos y atropellos: la brecha salarial, la precarización, el paro, el ninguneo, el desigual reparto de las tareas del hogar, del cuidado de hijos y ancianos, el maltrato y la violencia dentro de las parejas, etc. Hay que reivindicar y luchar en todos esos frentes, por supuesto. Pero también es hora de denunciar y luchar contra el uso y el abuso de nuestros cuerpos porque es uno de los pilares del patriarcado y fuente de constante violencias y agresiones. El feminismo ha de plantarse: “Se acabó. No estamos en este mundo para servir ni para dar placer. Es hora de que la igualdad, el buen trato, el cuidado, el goce alcancen también a los territorios personales del deseo y la sexualidad”.

Sabemos que en España se denuncian una media de tres violaciones diarias. Y constantemente nos enteramos de casos de abusos de niñas (y niños) y de personas especialmente indefensas y desprotegidas. Sabemos que las emigrantes son carne de cañón de los prostíbulos y que están brutalmente chantajeadas y abusadas.

¿Qué media entre una violación y un “pase” de euros? O dicho de otro modo ¿de qué depende que penetrar genitalmente a una nigeriana tenga o no beneplácito social? ¿Está bien si se paga con el cruce de una frontera? ¿con aspirinas o tampax? (como han mercadeado algunos soldados de la ONU) ¿con comida como a veces ocurre en campos de refugiados? ¿O solo está bien si se paga en euros?

¿Cómo puede alguien honesto “horrorizarse” de lo anterior y considerar, al tiempo, que la prostitución es tema secundario? ¿Qué carga cínica hay que tener para denigrar las violaciones y, al mismo tiempo, pensar que abonando un importe X ya se trata de un “el justo y libre comercio”?

Pero, además, si el acceso sexual a un cuerpo es comerciable ¿la violación no es simplemente un hurto? ¿Qué pena ha de imponerse a quien roba ese “servicio”? ¿Violar a una prostituta es como bajarse de un taxi sin pagar? ¿Violar a una no-prostituta es como quitarle el móvil? (siempre que el móvil no sea muy caro, porque, si no, lo del móvil es más grave). ¿Qué nos están diciendo? Que si eres un señor “honrado”, pagas, si eres un poco pillo (simpáticamente pillo, incluso) y la ocasión se presenta, te lo llevas gratis.

Ha llegado la hora de que el feminismo se oponga frontalmente a que el cuerpo de las mujeres sea mercancía apta para comprarse o alquilarse.

La prostitución afecta a la igualdad de todas porque naturaliza la cosificación y la sumisión de nuestros cuerpos.

No oponerse a ella o callar, equivale a dar por bueno lo que hay, a admitir el status quo.

Y va a ser que no, que vamos a hacer como Clara Campoamor con el sufragio femenino, sea o no sea momento (que lo es, lo es).

Vía PA

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