Estudiar la genealogía feminista nos permite conocer las reacciones que ha ido suscitando. Durante casi tres siglos hemos asistido a una suerte de movimiento pendular: cada derecho conseguido, cada avance realizado por las mujeres, ha supuesto una reacción por parte de los partidarios de la ideología de género más longeva: la patriarcal.
La reacción producida tras la Revolución Francesa, la que sucedió a las demandas sufragistas, la de los años ochenta del pasado siglo, la actual, todas, comparten un mismo modus operandi. Conocer estas estrategias resulta fundamental si queremos conservar los derechos que con tanto esfuerzo hemos conseguido (¡como si no nos pertenecieran!).
En su libro Reacción. La guerra no declarada contra la mujer moderna, Susan Faludi analiza la reacción que se produce en Estados Unidos en los años ochenta del pasado siglo. Si estudiamos el análisis realizado por Faludi y lo comparamos con el resto de reacciones contrafeministas, el modus operandi de las reacciones podría ser el siguiente:
- Hace uso del halago y del terror. Lo que no consigue por la fuerza, lo consigue recurriendo al elogio. Si algo sabemos es la capacidad que tiene el patriarcado para asignar espacios y tiempos. Una de las primeras lecciones que aprendemos es que las calles y las noches no son nuestras, los mirmidones del patriarcado tienen a bien recordárnoslo regularmente (como bien apuntó Brownmiller en Contra nuestra Voluntad). Por compensación también aprendemos los espacios que nos van bien, tan buenas, limpias y aplicadas como somos. Vade retro Satana.
- Persigue la estrategia de dividir para conquistar: solteras contra casadas, trabajadoras contra amas de casa, clases media contra clase obrera, madres contra no madres… (sígase la serie, ¡será por meta-polémicas!).
- Propala antiguos mitos sobre las mujeres como si fueran descubrimientos recientes e ignora todas las apelaciones a la razón. Da igual cuantos estudios se publiquen refutando absurdas teorías marcianas: Los hombres son de Marte. Las mujeres de Venus.
- Si se ve acorralada, niega su propia existencia, apunta con el dedo acusador al feminismo y se hunde más profundamente en el subsuelo. Las feministas somos unas paranoicas amantes de las teorías conspiratorias —“¿Qué reacción?”.
- Añora la feminidad tradicional y lucha por la vuelta a la “feminidad”. Todo era mejor cuando las mujeres estaban bajo el imperio de “las tres kas” – “die Küche, die Kirche, die Kinder”: cocina, Iglesia, niñas.
- Denuncia la crisis de la masculinidad e insta a los varones a ser “hombres muy hombres”. Para muestra una cuchilla: véase el boicot que “hombres muy hombres” han declarado a Gillette por su anuncio sobre la “masculinidad tóxica”.
- Aspira a tener el control reproductivo y sexual de las mujeres. La novedad es que no sólo estamos ante una política sexual (racista y xenófoba, añadiría). El neoliberalismo sexual (siguiendo el concepto acuñado por Ana de Miguel en el libro homónimo) convierte a las mujeres en mercancías seriadas, en meros objetos de consumo bajo el mantra reaccionario de la libre elección.
- Apropiación del lenguaje propio del feminismo: resignificaciones reaccionarias. Tenemos en mente todavía la reapropiación del lema feminista “Nosotras parimos, nosotras decidimos” por parte de una asociación a favor del alquiler de vientres. Ninguna teoría filosófica, política o movimiento social, ha ampliado la democracia tanto como lo ha hecho el feminismo. Saberlo es tan fácil como leer un par de libros. ¿Cuánta ignorancia es necesaria para atreverse a llamar feminazi a una feminista? ¿Cuántas conexiones neuronales fallidas para comparar un régimen fascista que exterminó a más de diez millones de personas (judías, cristianas, gitanas, personas con discapacidad, comunistas…) con la propuesta política, social y ética más universal que ha existido? Ostentan una capacidad de resignificación admirable y quienes manejan los conceptos, juegan con ventaja.
Me gustaría detenerme en esta última cuestión. Cuando los guardianes del patriarcado hablan de “ideología de género”, ¿de qué hablan exactamente? El sistema de atribución les falla. Cuando se refieren al feminismo o a las políticas que favorecen la igualdad como “ideología de género”, obvian que la única ideología de género que ha existido ha sido la machista y patriarcal.
El término ideología, al menos desde la crítica de las ideologías realizada por Marx, remite a un conjunto de ideas que dan una imagen o representación falsificadora de la realidad. Y a esta altura de la película tenemos muy claro cuál ha sido la ideología de género dominante: la que ha excluido y oprimido a la mitad de la población, la que ha evitado, a toda costa, el acceso de las mujeres a la igualdad real. La que aún hoy, pretende decidir cuándo, cómo y dónde debemos parir y a qué precio. La que oculta su existencia y nos devuelve a la cuarta estrategia: “¿Qué machismo?” “¿Qué patriarcado?” “¿Qué reacción?”.
¿Qué hacer? Sin duda la respuesta a esta pregunta es harto compleja. Pero hay dos estrategias que no supimos o no pudimos poner en práctica en otras reacciones y que pueden marcar la diferencia en ésta: permanecer unidas y no olvidar nunca —nunca, nunca, nunca— que “lo personal es político”.
No somos unas inadaptadas, reclamamos lo que es nuestro. No fallamos nosotras, nos falla el sistema. Frente al divide y vencerás, debemos recordar que la unión hace la fuerza.
Vía TF
Sobre la autora: Doctora en Estudios Interdisciplinares de Género. Licenciada en Filosofía. Máster en Estudios Interdisciplinares de Género. Máster en Enseñanza de la Filosofía. Estudios de doctorado en Filosofía Teorética. Especialista Universitaria en Cultura y Violencia de Género. Máster de Género y Políticas de Igualdad entre mujeres y hombres. Profesora de Filosofía, Investigadora y Consultora de Igualdad.