Si bien es real que desde el minuto 0 del siglo XXI se profundizó -diría casi de facto- la búsqueda de democratización del espacio-escuela; nos encontramos con que se ha instalado un espacio de control y violencias diversas, ante la falta de nuevas formas para los límites.
Tanto docentes como alumnas; se encuentran confundidas en un espacio donde la autoridad está en discusión. Como una estrategia posible se ha establecido incluir a las estudiantes al gobierno escolar; pero esa dinámica ha establecido una situación cismática donde los códigos de unas y otras no se coordinan en un solo desarrollo.
Esto se vio agravado por un descentralización de la estructura escolar; dando a cada escuela la potestad de elaborar sus propios Códigos de Convivencia y las normas que regirían la conducta dentro de esos espacios. Estas dinámicas convirtieron al “lugar” Escuela de un espacio de encierro y disciplinamiento; en un espacio de “control expandido”.
La escuela ya no se limita a exigir orden en los límites establecidos por sus paredes y sus horarios semejantes a los de la fábrica; ahora la escuela es un eslabón de control para que los alumnos naturalicen la instrumentación del control total.
La escuela más democrática, más tolerante ya no solo se encargará de formar dando conocimientos específicos para lograr ciudadanas útiles a la sociedad o Nación; ahora también ejerce un control sobre el cuerpo y busca seleccionar los contenidos que accesan sus alumnas. El control que ejerce esta nueva escuela es invisible a los ojos, pero tiende a una mirada totalizadora que incluye la convivencia de las actrices y la convivencia de las actrices con una tecnología que las ve. Los alcances de las decisiones que toman los gobiernos multisectoriales no implican cambios reales, sólo formales y estructurales desde la limpieza a los horarios; pero no cambios del paradigma.
Incluso se ha buscado mostrar la acción punitiva como un ejercicio ya no ejercido por una autoridad dictatorial, sino por el conjunto de la sociedad educativa; y se estructura en el discurso como una mirada abarcadora de las distintas problemáticas que componen a la alumna desde la casa a sus ámbitos de relación social, buscan incidir en la conducta desde el imaginario “del afuera” ya no como un castigo hacia la diferente, sino como una exclusión social en la que están implicadas los docentes, alumnas y no docentes. Es la sociedad escuela la que produce las excluidas, las habitantes de las futuras tribus y de los “no lugares”. Se plantea la superación de una educación prohibida por otra permisiva desde la apertura del Lugar-Escuela; pero esa permisividad no implica mayor libertad o la formación de personas autogestivas.
El actual modelo educativo es el de “Ficcionario” (Ficcionario es una historieta de la pareja Altuna-Trillo que describía un mundo hipercontrolado donde podías vivir a tu antojo pero sólo si la computadora te reconocía como persona viva podías acceder a los beneficios sociales en una sociedad que estaba dividida por niveles muy reconocidos por sectores de espacio arquitectónico), un espacio donde los permisos son muy amplios, pero el control es total; si bien aún en un estado muy embrionario es hacia dónde va el modelo. Se busca equiparar la sanción con el daño, como contrapartida para lograr las buenas conductas sin recurrir a las amonestaciones que se utilizaban en la etapa superada sobre fin de siglo XX. Esta búsqueda de una sanción que se relacione con la falta, no es nueva; pero sigue insistiéndose en la búsqueda de un sistema justo e igualitario, pero ni la justicia, ni la igualdad buscadas dentro del sistema educativo, incluyen la figura de “las pares” o “comunismo de pares”. No se incluye el modelo de Economía y Conocimiento Social, lo que deja al modelo educativo como retocado pero igual.
Este mantenimiento del modelo se da a nivel de la estructura y de la conciencia. Se muestra a la estudiante como parte de la toma de decisiones del lugar-escuela, informada de los límites y normas que reglan la convivencia, escuchada en la formulación de sus problemáticas particulares y en el caso de la sanción incluso como poseedora del espacio para su descargo. Pero fuera de las formas estas imágenes son puramente ficcionales; las tomas de decisiones han sido mantenidas en las autoridades jerárquicas y las sanciones se aplican sobre la base de los prejuicios instalados en la clase media, incentivados desde la clase alta y el estado que la representa. El mayor problema educativo es la falta de formación critica del docente y por ende de las alumnas; es más, el sistema está instrumentado para que la critica producida por la alumnada sea encaminada hacia un discurso de lo correcto (bienpensar) y lo incorrecto (malpensar).
De hecho se incentivan las ideas de prevención como lectura de las situaciones, anticipar los posibles problemas o cismas e intervenir en ellos modificándolos para que se mantengan dentro de la norma de convivencia; y reparación del problema dando a la intervención el sentido de oportunidad a la actriz del daño y un ejemplo a la comunidad. Se busca que la educación sea una búsqueda permanente del sistema de convivencia, buscando el compromiso y la concienciación de estas formas para ser replicadas en la vida postescolarización. En este sentido se ha perfeccionado la formación de ciudadanas útiles a la sociedad, y profundizado la represión de las formas autogestivas.
Incluso estas formas solapadas de control se han visto imposibilitadas por la fuerte impronta del encierro que impuso el sistema anterior y la falta de comprensión de la existencia de los límites, produce cismas que se manifiestan en conductas lesivas y violentas. Ante esto el docente regresa a propuestas punitivas tradicionales del espacio de encierro que van desde la reprimenda o apercibimiento oral hasta la expulsión, abandonando toda política de social.
La escuela al no contar con estrategias de desarrollo social, carece de soluciones dentro de la disfuncionalidad y recurre como lo hacia tradicionalmente a pautas funcionales de orden. El orden es la norma y el desorden sólo conforma caos; no hay en el desorden posibilidad de desarrollo creativo porque no permite trabajar “pedagógicamente”.
El orden del espacio de encierro es incoherente; no castiga para modificar la conducta, castiga para demostrar su poder. Por eso no mide su acción punitiva y se rige por una linealidad de protocolos estandarizados, totalmente unilaterales:
- Un apercibimiento oral puede ser por acciones sin sentido o con alguna gravedad.
- Tres apercibimientos una amonestación.
- Quince amonestaciones suspensión del establecimiento
- Dos suspensiones = expulsión.
Esta linealidad iguala a la violenta con la charlatana y según como sea una u otra atrapada, la violenta tal vez pase de año y la charlatana sea expulsada. Estas incoherencias del sistema aún vigentes, no son superadas por las nuevas maneras de convivencia escolar porque no son superadas las formas de división jerárquica y de mérito. El colegio puede postularse como más abierto y democrático, pero sigue siendo un espacio de encierro donde los password sólo son concedidos a las incluidas.
El colegio para ser un hackespacio o un espacio libre debe incluir a todas, desarrollarse como un espacio de pares donde el docente sea una administradora o mediadora del grupo, el lugar de saber rote y mute de forma permanente y la conducta de las pares esté regida por normas consensuadas por todas las actrices en un comunismo de pares. Sólo entonces será un lugar libre y no un espacio de encierro.